Soy una señora mayor. La fecha de nacimiento que consta en
mi DNI así lo certifica; la imagen que me devuelve el espejo del baño, el único que
hay en mi casa, es la de una mujer entrada en años, cuya juventud ha pasado, y
bien pasada que está, a la historia; la capa de invisibilidad que me sustrae a
las miradas del deseo carnal, me confirma, día tras día, que el tiempo de los romanticismos ha pasado, para mí.
Sin embargo, ventajas de la edad, la treintañera que habita en mí, junto con la
niña, la adolescente, la pragmática, la romántica y todo ese largo etcétera que
componen mi pandillita interior, se ha abierto paso, estos días, y me tiene
sorbido el seso.
¿Motivo? ¿Razón? La segunda, a la par que breve, entrega de
la serie televisiva inglesa, producida por la BBC —igualito, igualito que aquí,
en eso de las producciones, la libertad de prensa, la objetividad informativa,
etcétera—, televisión pública de the Yunaited Quindon, chu poins, Lip service.
¡Ay, ay, y ay, qué par de días tan estupendísimos hemos
pasado mi treintañera y yo!
Vamos, que he tenido que sujetarla para que no
sacara el billete a Glasgow, previo paso por MI peluquería porque, yo, en manos
de las estilistas escocesas, no me pongo, a realizar la pertinente peregrinación a los lugares que tantas alegrías nos han dado, a ella y a mí.
Par de días en los que he estirado los
seis miserables capítulos de los que consta la entrega, y eso que me he controlado como una campeona para
que no cayeran los seis la misma noche de la ceremonia inaugural de los Juegos
Olímpicos.
Ahora bien, desde aquí os lo digo, en breve, procederé al necesario, a la par que obligado análisis, de la susodicha serie, que ya iba echando de menos sumergirme en estos
mundos, así que, la vais visualizando, está en YouTube, subtitulada en
castellano, porque luego no quiero ni quejas ni lamentos porque reviento la
trama.