Se ha levantado el Nordeste, esta mañana. No ha dejado de soplar, desde entonces, pertinaz e insolente, ni un momento. Ha aullado, se ha enfurecido, se ha aplacado un instante, haciéndonos concebir vanas esperanzas de calma, para volver a atacar con renovadas fuerzas; ha dibujado remolinos en la arena, ha rizado la mar y ha obligado a las olas a estrellarse contra las peñas; ha torcido el vuelo de las gaviotas; ha curtido, un poco más nuestras pieles, y nos ha obligado a refugiarnos de su furia, después de azotarnos, sin un atisbo de piedad, durante toda la tarde. Pero ha barrido el cielo de nubes y, por fin, esta noche, me ha dejado ver las estrellas.
He buscado la que mirábamos juntas, cada noche, allí, en tu casa. La he encontrado en el mismo sitio. Ya ves, a ti y a mí, nos separan, hoy, más de ochocientos kilómetros y ella brilla en el mismo lugar, sobre nuestras cabezas.
La he buscado para imaginarte mirándola, recostada en mi hamaca, con ese libro, que leemos a la vez, reposando en tu regazo, mientras tratas de encontrar respuestas que no existen, de comprender lo incomprensible. Y te preguntas, una noche más, qué haces ahí, sola, bajo las estrellas.
(A mi amiga del alma)
3 comentarios:
las amigas están para eso: para poder ver con ellas las estrellas; aunque, a veces, alguna de las amigas nos haga ver las ídem ¿no?
Pues, va a ser que sí. Aunque he de decirte que, buscándole el otro sentido, que lo tiene (y vaya si lo tiene) ya agradecería yo que "alguien" (1.Pronombre indefinido que designa a una persona indeterminada) me hiciera ver las estrellas. ¿O no?
Ay, marmarita cuánta razón que tienes, maja.
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