martes, mayo 02, 2006

En memoria de Mª José Urruzola


El martes, día 25 de abril, tres días antes de su muerte, tuve la suerte y el honor de compartir todo un día con ella. Un día en el que, con su inagotable energía, había dado dos largas conferencias sobre coeducación y educación afectivo-sexual a enseñantes que trabajan en sus centros algo por lo que ella llevaba trabajando toda su vida. Recuerdo que alguien le preguntó cómo era capaz de realizar jornadas tan intensas, hablando sin parar (he conocido a pocas personas que hablaran tanto como ella y que, sin embargo, supiera escuchar, como sabía escuchar ella), siempre con una sonrisa en los labios, y respondió que no nos preocupáramos, que venía con las pilas cargadas, después de haber disfrutado, como una reina, de una semana de vacaciones en tierras gallegas.
Al final de la jornada, mientras la llevaba en mi coche a su última actividad de aquel, para ella, largo día e intenso día, recordamos nuestro penúltimo encuentro, cuando yo aún no sabía si iba a trabajar en lo que trabajo ahora. Me dijo que estaba muy contenta por mí, porque sabía que éste era mi sitio y que en él podría trabajar para que las ideas que compartíamos llegaran a muchísimas más personas.
Al despedirnos, con un "Nos veremos, seguro que nos veremos muchas más veces", ninguna de las dos sabíamos que iba a ser la última.
Siento muchísimo que se haya ido tan pronto, incluso pensando que su muerte, prematura e injusta, quizás le llegó porque había completado su tarea en este mundo. Tarea que debemos continuar quienes creemos que la igualdad entre varones y mujeres es posible, a pesar de lo que propugne, por ejemplo, la iglesia católica, que tanto la atacó y la vilipendió.
Me consuela saber que la vida le concedió, antes de irse, un último triunfo, cuando la Junta de Castilla-La Mancha decidió seguir utilizando sus valiosísimos materiales, a pesar de la oposición de la derecha recalcitrante y retrógrada, a pesar de las calumnias que vertieron contra ella los obispos castellanos.
Me consuela saber que se fue sin sufrimiento, porque la suya fue una muerte rápida e indolora, y en paz, en su casa, junto a la mujer con la que había compartido los últimos veinticinco años de su vida. Quizás fue ése su premio por tantos años de lucha y entrega a la causa de las mujeres, de las personas.
Su voz física se ha apagado, pero la voz que alzó contra la injusticia, la intolerancia, la discriminación, la homofobia y la libertad no se apagará nunca.
 
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