

Necesitaban comprar algunas frutas que no tenían en su clase, es decir, que no habían llevado de sus casas para comerla a la hora del recreo, como hacen, desde hace años, cada día.
Con gran complicidad por parte de la frutera, iban haciendo su pedido con la ayuda de una de sus maestras. Que si un par de peras, que si tres mandarinas, que si dos plátanos. No, manzanas no, que las trajo Sergio, ni nueces, que las trajo Alba, ni avellanas, que tenemos muchas... La maestra iba nombrando y la frutera señalando. Frutas, verduras, frutos secos... Las criaturas nombraban, pedían, recordaban.... Llegó la hora de pagar y la encargada sacó el monedero de su bolso, aunque fue la maestra la que escogió el billete adecuado, mostrándolo al grupo.
La frutera se ofreció para poner cada fruta en una bolsa. La maestra agradeció el detalle, pero acordaron llevárselo todo en una misma bolsa para ahorrarse los plásticos.
Les hice una foto, a las criaturas y a sus maestras, frente al escaparate de la frutería, que ya estará en el corcho de su aula, junto a los dibujos que hayan hecho para conmemorar la visita.
Observe al grupo mientras se dirigía al paso de peatones. De dos en dos, de la mano, en grupo (que no en fila). Cruzaron la calle y entraron en la pescadería. Cuando me iba, el pescadero alzaba, con una sonrisa de oreja a oreja, un pulpo que todo el mundo quería tocar.
Esta mañana, cuando me iba a trabajar, me encontré a Las Ardillas, que también se iban de visita y de compras por el barrio.
Los Osos y Las Ardillas tienen tres años.