sábado, mayo 09, 2009

La vida poética de las palabras y los atardeceres

De vez en cuando, mi vecina de abajo, que hace tiempo, ya, cumplió los setenta, me deja un sobre en el buzón con alguna de sus poesías.

A veces me las escribe en esos papelitos que regalan algunas marcas comerciales para coger los recados telefónicos. Otras emplea un folio, que aprovecha al máximo, colocando sus poesías en vertical y en horizontal, con letra grande, o menuda, para no desperdiciar ni un cachito del papel.

Hacía tiempo que no me regalaba ninguna. El martes, que me la encontré en el portal, lo comentamos. Ella, que si se había acordado de mí y del tiempo que hacía que no me escribía nada. Yo, que si, fíjate qué casualidad, había pensado en ello, un día de estos, de atrás, y en lo que las echaba en falta. Ella, que si fíjate qué conexión tenemos.

Y debemos tenerla, porque, si algo tienen las poesías de mi vecina, es que suelen darme en el clavo anímico, y circunstancial. Como si se introdujera en mis sueños y los leyera, aprovechando que nuestos dormitorios están uno sobre el otro.

Ayer, por fin, volvió a dejarme el sobre en el buzón.
Como tiene la costumbre de fechar sus poesías supe que, aunque hiciera casi un año que no me las regalaba, no había dejado de colarse en mis sueños.


Pasó como un huracán
iluminando mi vida
con reflejos de cristal.
Pasó como un huracán.
Y una mañana soleada,
se alejó de mí.
Como si nada.
16.08.08


Si consigo hallarte
antes de marchar,
viviré contigo
el tiempo que quede,
felices y en paz.
15.01.09

Esta mañana
mis miedos están guardados
en el fondo de un baúl,
cerrados con siete llaves,
de esperaza y de salud.
Mis miedos están ocultos,
nunca saldrán a la luz.



08.05.09
 
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