domingo, octubre 02, 2011

"Um dia tinha de chegar...

em que contaria estas coisas. Nada disto tem importância, a nao ser para mím."


José Saramago. A bagagem do viajante




Frente a la Casa dos bicos, Lisboa

No sé qué me pasa, últimamente, que no encuentro ni momento ni ocasión para sentarme delante de este trasto y dedicarle un tiempo a mi blog y a los vuestros.
Igual es que, como soy de desarrollo lento, con cierta tendencia a la dispersión, que diría la mi Marcelilla, me cuesta renunciar a aquello que me apetece hacer y, a mayores, de lo único que no prescindo es de mis sagrados ratucos de dolce far niente, las 24 horas del día dan para lo que dan, y no tien mal que parecer a naide.
También, que como estuve cinco años, cinco, pegada a esti aparatu, en lo profesional y en lo personal (pasé tres de esos cinco años, acompañando a mi madre con el portátil sobre las piernas casi todos los domingos del otoño, el invierno y la primavera), ahora que no lo necesito tanto en lo profesional y que nos turnamos para acompañar a la madre, en lo personal, tarrezme sentarme aquí, pudiendo dedicar mi tiempo a otros menesteres, por ejemplo: playa y golf.
Sea como sea, el caso es que mi frecuencia de actualización y visiteo ralla en el abandono, lo sé.
Al decir que ni siquiera hice la crónica de las visitas blogueras de este verano, que fueron pocas, pero fantásticas. Menos mal que Candelilla y Pena son más, mucho más, expansivas que yo.



Con Calvin y una amiga en el Centro Cultural Niemeyer, que Cascos & Cía pretenden arrebatar a la Villa de Avilés

La carina que se me quedó cuando conseguí mis pasteis de Belem después de la consabida cola.

Ni de mi viaje a Lisboa y Oporto, a finales de agosto, con lo muchísimo que disfruté pateando las calles de esas maravillosas ciudades, de los pasteis de la Pastelaria de Belem, de la lectura, en portugués, de Saramago…

Praça Batalha (Porto), donde leí el primer artículo de "A Bagagem do viajante", y se me saltaron las lágrimas de la emoción

Ni del comienzo de este curso, como Tutora de un 1º de ESO, que ya quisiera, yo, ver a Lucía Figar (no se puede ser más tonta ni más pija, en el sentido peyorativo de la palabra) y a la ínclita Esperancita batiéndose el cobre ante mis 116 (en cinco grupos diferentes, eso sí), de siete nacionalidades diferentes, cada cual de su padre y de su madre, exclusivamente de su madre, de su madre y un señor que no es de Murcia, de su abuela y/o abuelo, y hasta de los Servicios Sociales (por mucho que las comunicaciones de mi instituto sigan dirigiéndose a “padre/madre del alumno/a”).
En fin, que ya llegará el invierno. O, quizás, quizás, quizás, consiga aprender organizarme y sacar tiempo para todo. Qué sabe nadie, que diría Raphael.
 
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