martes, junio 05, 2007

La vida mágica de las caminatas playeras



¡Ay, mae mííía, qué paliííza (que diría Cañizares)!
Tocaba inaugurar, comilfó, la temporada de caminatas playeras y a T. se le ocurrió que semejante acontecimiento sólo podía tener lugar en El Playón de Bayas. Siempre vamos a Bayas por esta época, dijo, y no es cosa de andar variando las costumbres. No, no, respondí al instante (hemos hecho de ciertas costumbres nuestra seña de identidad), pero solemos ir en fin de semana, añadí, temiéndome lo peor. Y acerté: la realidad superó con creces la fantasía.
Como su propio nombre indica, Bayas tiene un tamaño descomunal (el doble de Xagó, aproximadamente) y para más INRI, entramos a un tercio de distancia del lado norte, llegamos al fondo sur, volvemos a tocar las piedras del norte y regresamos al punto de partida. Total, dos horas largas caminando por la arena blanda. Triple esfuerzo. Dice T. que si lo hacemos todos los días se nos van a quedar las piernas (y los glúteos, puntualicé) como peñas del mismísimo Cantábrico. El cerebro, pelín perjudicado a estas alturas de curso, también se nos va a arreglar bastante.
Yo no quiero decir nada, que luego se me entiende todo, y menos quejarme, pero tengo los pies como palometes (pescado que en la Meseta se conoce como japuta), en sus dos modalidades (las hay rojas y negras). Rojas se me quedaron las plantas a causa de la activación circulatoria, negras a causa del carbón, procedente de la desembocadura del Nalón, que da tonalidad característica en algunas zonas de la playa. Y las piernas..., que no las siento, vaya.
Ahora bien, desde aquí lo digo, qué bien que hayas tenido esta ocurrencia, T. Ha sido una inauguración en toda regla, amenizada por el fragor del oleaje, el viento del nordés, una puesta de sol requetebonita (a las pruebas me remito), un espectáculo de danza protagonizado por una pandilla de pajarinos preciosos, que se deslizan por la orilla a toda velocidad picoteando la arena, y hasta una pareja de recién casados, haciendo su reportaje de boda en este incomparable marco natural. A ella, tengo que lo decir, daba pena verla, con su trajecito blanco azotado por el viento, su rebequita por los hombros para combatir el frío entre instantánea e instantánea, sus tacones clavándose en la arena..., un dolor. Pero que nos dio la risa.
No me arrepiento de haber comenzado la temporada con semejante palizón-palizón, muy al contrario. Terminamos agotadas por el triple esfuerzo, pero contentas, que más contenta no cabe.
Mañana (si Dios quiere, que querrá), Xagó.
 
Free counter and web stats