
Se conoce que Javier Ocaña y yo no hemos visto la misma película. No me ha de extrañar, siendo él un Crítico y yo una simple aficionaduca, de tres al cuarto, que ni siquiera llega a la categoría de cinéfila.
Es lo que tiene ser Crítico, que sueltas perlas como esta y te quedas tan pancho: "Cobardes, con el acoso escolar como núcleo central, es un discurso en toda regla; pero un discurso ramplón e intrascendente".
Entiendo que al conjunto de Críticos de El País les parezcan más trascendentes realizaciones como Spirit, con un plantel de Beldades, que diría el nuestro Firmin, de quitar el hipo: Scarlett Johanson, Eva Mendes y Paz Vega, mostrando generosamente sus anatomías, o Lars y una chica de verdad, a las que dedican cuatro artículos, dos a cada, en la edición de ayer, viernes.

Que yo no digo que Lars y una chica de verdad no sea una obra maestra, comparable a Tamaño natural, de Berlanga y Azcona, según Rocío Ayuso, que nos ofrece su crónica desde la mismísima LA; que yo no digo que Lars, según comenta la propia Ayuso, no sea "una especie de Quijote para el que no hay más verdad que la que él ve. ¡Y quién le va a negar que esas prostitutas no son princesas!", y mucho menos me atrevo a contradecir a Jordi Acosta cuando afirma que Lars, un "perfecto arquetipo de nuestro tiempo, adquiere una hiperrealista muñeca hinchable y la reformula: el fetiche sexual se convierte en sus manos en prótesis afectiva…"

Lo que digo es que en la mierda de película que vio Javier Ocaña, yo vi una obra redonda.
Es cierto, Corbacho y Cruz no muestran Beldades lujuriosas, ni arquetipos de nuestro tiempo, ni fetiches sexuales, ni héroes dispuestos a combatir el crimen sin superpoderes ni pistola, ni siquiera las de culpa, y redención, y amor, que protagonizan Halle Berry y Benicio del Toro, en Cosas que perdimos en el fuego.
Corbacho y Cruz muestran otras historias. Historias en las que he podido reconocerme y reconocer los hilos que manejan las relaciones familiares, laborales, amistosas, de pareja...; historias presididas por el miedo, por las luchas de poder entre adultos, entre adultos y adolescentes, entre la propia adolescencia que, sí, Javier Ocaña, sí, reproduce nuestros modelos; historias de dolor y de impotencia, personalizadas en padres y madres que no tienen ni la menor idea de lo que les pasa a sus hijos por la cabeza, y mucho menos por la vida; historias de un profesorado incapaz de conectar con sus estudiantes, enrocado en una concepción trasnochada de la educación y, lo que es peor, de la Vida. Historias de los cobardes que llevamos dentro.
Corbacho y Cruz muestran otras historias. Historias en las que he podido reconocerme y reconocer los hilos que manejan las relaciones familiares, laborales, amistosas, de pareja...; historias presididas por el miedo, por las luchas de poder entre adultos, entre adultos y adolescentes, entre la propia adolescencia que, sí, Javier Ocaña, sí, reproduce nuestros modelos; historias de dolor y de impotencia, personalizadas en padres y madres que no tienen ni la menor idea de lo que les pasa a sus hijos por la cabeza, y mucho menos por la vida; historias de un profesorado incapaz de conectar con sus estudiantes, enrocado en una concepción trasnochada de la educación y, lo que es peor, de la Vida. Historias de los cobardes que llevamos dentro.
Y hasta aquí puedo contar. Si os atrevéis, verla.