sábado, julio 21, 2007

La vida mágica de las palabras


Pues eso...
Ci vediamo, caras(os).

jueves, julio 19, 2007

La vida mágica de los viajes


Vuelvo a Italia. Por fin, después de veintiséis años, veintiséis, vuelvo.
No sé que habrá sido de estos trozos de Constantino, el Grande, si seguirán aparcados en el mismo sitio, si se los habrán llevado a otro más digno. Y no podré comprobarlo porque esta vez no voy a Roma. Vuelvo a Florencia y a Venecia, ciudades que visité un poco de pasada en aquel primer viaje en el que recorrí, entrando por Génova, media Italia.
Acababa de licenciarme en Historia del Arte, pero sabía muy poquito de la vida, en general, y de la nocturna, en particular. Mi compañera de viaje, y gran amiga (nombre de guerra Váyolet), absolutamente lega en la materia, soportó con estoicismo el tute que nos dimos recorriendo los lugares que había llegado a aprenderme de memoria mientras estudiaba la carrera. Sólo se quejó dos veces. Una, cuando después de recorrer media Roma, a pie, llegamos a San Carlino alle Quattro Fontane. No daba crédito a que la hubiera arrastrado hasta allí para contemplar una fachada, para ella, insignificante, y cuatro fuentes mugrientas y que, para mayor escarnio, de la puerta colgara un cartel que nos encontramos demasiadas veces, aquel verano: chiuso per restauro. Otra, cuando después de ascender por la escalinata de S. Miniato al Monte, con un calor de justicia, se encontró una iglesia desnuda y, siempre según su particular visión, humilde.
Pero lo pasamos de miedo. Yo le mostré lo que sabía y ella me inició en los secretos de la noche, absolutamente desconocidos para mí, en aquella época.
Cuando me encuentre, de nuevo, frente a S. Miniato, no podré por menos que llamarla por teléfono. Y nos reíremos juntas del episodio que vivimos allí y que os contaré a la vuelta, en un post que ilustraré con una de las cientos de fotos que sacaré con mi cámara nueva, que para eso me la he comprado.

domingo, julio 15, 2007

La vida peculiar de los paseos dominicales


Esta mañana he salido tempranito a buscar el periódico y a darle el primer paseo a estos dos. De camino hacia el parque me he tropezado con algunos de los habituales, "Paco", "Coqui", "Luna"..., acompañados por los maridos de sus dueñas, también con el periódico, y el pan.
Se conoce que a ninguno de ellos les hubiera apetecido salir, pero, claro, es domingo, y mientras la parienta prepara la paella, o la bolsa de la playa, no les ha quedado más remedio que abandonar el dolce far niente y hacerle los recados. Y no les gusta, oyes, no quieren. Aceptan, porque no les queda otra, pero no quieren. Prefieren quedarse en el sofá viendo las motos o tocándose los güevos, que diría Jesús Quesada, de Cámera Café, mientras ellas hacen las camas, limpian el baño, les preparan la ropa (que previamente han lavado, planchado y guardado en el armario), hacen la comida y dejan la cocina como un pincel, antes de arreglarse comilfó y salir al aperitivo, la playa, o lo que toque.
Pero como no les queda otra, salen malhumorados, arrastrando a los perros, dándoles órdenes imperiosas y tajantes, impidiéndoles relacionarse con sus semejantes, como tienen por costumbre cuando salen con su Mari, que ya dejó las faenas hechas antes de regalarse el paseo.
He observado la misma actitud en las parejas que salen al paseo dominguero con su prole: el gesto adusto, las manos en los bolsillos, o aferrándose al periódico, el reproche en la punta de la lengua, los improperios a las criaturas... Y ellas, monas de la muerte, tacones imposibles, temerosas, sumisas, un par de pasos por detrás, cargando con el cochecito, la bolsa, el juguete despreciado, no sabiendo qué hacer para que él no se despegue más que esos dos pasos, para que no siga increpándola, para que no les grite más a los chiquillos, que ya se encarga ella de gritarles para que el rey de la casa no le monte el enésimo pollo antes de comer.
 
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