sábado, junio 19, 2010

La vida cansina de las propias mismiedades

Así, a lo tonto lo bailo, resulta que llevo casi tres meses sin tocar este blog.
¿Por qué?, os preguntaréis.
¿Porque me he cansado de este mundo bloguero, que tantas satisfacciones, risas, empujones y estupendos ratucos de ocio me ha proporcionado? No.
¿Por qué me he enamorado de una mujer de carne y hueso, que me tiene sorbido el sexo seso y no me queda ni un instante para sentarme ante el teclado, a causa de que tengo otras teclas más estimulantes que tocar? No, cagunmimanto, no. Ojalá, pero no.
¿Por qué se me ha acabado la cuerda y no tengo nada que contar? Pues va a ser que tampoco, oyes.
Lo que me ha pasado esta temporada es que he llegado a la cota máxima del hartazgo, con sus correspondientes daños colaterales: desánimo, inapetencia, aburrición, cascancia...
Sí, queridas amigas, amables lectoras, público en general, estoy tan harta que más no lo puedo estar.
Harta, por qué no decirlo, de mí misma. De mi misma y mis propias mismiedades.
Podría parapetarme tras la idea de que mi hartazgo se debe a la estulticia generalizada que me rodea (que es mucha), pero no, que esté harta y disminuida en mis facultades no significa que haya perdido el norte.

Lo que me jode es que la estulticia, la grisura, la estrechez de miras, la mezquindad que me rodea me hayan afectado como lo han hecho. Lo que me jode es haberme dejado arrebatar el humor.
Lo que me jode, ¡hostia, cómo me jode!, es haberme dejado comer el hato.
Pero como todo tiene un límite en esta vida y, a mayores, mis propias mismiedades son mías y de mi solita depende mantenerlas a ralla, hasta aquí hemos llegado, mis mismiedades y yo.
Y quien no esté conforme, que se ponga, o no, que a mi me trae al pairo.
Y la que sea fea, que haga los recaos de noche.
 
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