jueves, diciembre 27, 2007

La vida detallista de las amistades


No es que le tuviera ganas a esta serie, no, es que me moría por verla. Pero que como lo de apuntarme al Canal+ no entraba, ni entrará, en mis planes, y como las versiones que andan rulando por ahí, que se descargan de Internet, no son compatibles con el mi deuvedé, que es finísimo y no se come cualquier cosa, ya me había resignado, cuando, héteme aquí, que el otro día va Marcela me llama por teléfono y me dice: Marmarita, que me he comprado las temporadas completas de L Word, ¿las quieres? Por poco me da un pasmo. Claro que las quiero, ¿cómo no las voy a querer?, le respondí, embargada por la emoción.
Y nada, que esta misma tarde, me las ha traído ella misma a mi casa (que ni he tenido que ir a por ellas, ni nada, oyes) y ahí las tengo, esperándome. Sólo con imaginarme la tarde de mañana (sola en casa, sofá, manta...), con semejante planazo a la vista, los ojos me hacen chiribitas.
En un tris estuve de ponerme a verlas según se fue, pero como ya me advirtió de que es una serie sumamente adictiva le dije a la impaciente que hay en mí que mejor poner una lavadora, recoger unas cosillas, contestar el correo, visitar mis blogs favoritos, que no había podido visitar estos días, sacar a Bilbo y a Tiza a dar su paseín y luego, ya, con la tranquilidad, ponerme a ello. Ya me tarda, pero aún me queda el paseo nocturno.
Aprovecho esta ocasión para constatar que quien tiene una amiga tiene un tesoro, es más, abundo, un tesoro que haría palidecer a los mismísimos Piratas del Caribe. Aclaro que no sólo por este detalle, ¿eh?, que conste, pero, ¿no ye pa comela?
 
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