viernes, febrero 23, 2007

La vida miserable de las palabras



El hartazgo que me produce la clase política es de tal calibre, que si no fuera por lo que es no volvía a arrimarme a una urna ni harta de casera.
Tenía 22 años. Una bomba, parece que olvidada, la mató en Afganistan.
Y los políticos (masculino y plural) discuten por el color del distintivo de la medalla que le ha otorgado el gobierno. No porque les interese Idoia, ni su familia (era hija única), ni su novio, también soldado en Afganistán, no, qué va, faltaría más. Discuten porque de ese color depende que uno de los dos tenga razón.
El Gobierno se la ha concedido con distintivo amarillo, que es el que corresponde las misiones de alto riesgo.
El PP dice que el distintivo debería ser rojo porque Zapatero miente como un vil bellaco y nuestro ejército no está en misión de paz, sino de guerra y que la soldado murió en un acto de guerra y no en una misión humanitaria. Porque si murió en un acto de guerra, es que Zapatero nos está engañando y sólo sacó las tropas de Irak para dejar en mal lugar a Aznar cuando él, en realidad, ha hecho lo mismo que le criticó al otro y ha mandado a nuestro ejército a otra guerra, la de Afganistán.
Ahora bien, desde aquí lo digo, cualquier persona con dos dedos de frente sabe que sólo nos fijamos en aquello que tenemos capacidad para reconocer porque nos pertenece; que sólo criticamos aquello de lo que nos sentimos culpables, aquello que nos es tan nuestro y que nos duele tanto reconocer (porque nos avergüenza) que no podemos sino consolarnos señalándolo en los demás y condenandolos por ello.
Así que sí, que sigan tachando de mentiroso a Zapatero. Y vilipendiando a Fernández Bermejo. Y poniendo verde a Mª Teresa Fernández de la Vega. Y masacrando a Rubalcaba. Que sigan.
 
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