sábado, julio 16, 2011

El misterioso caso de la Tortilla de Merluza (y fin)

Por fin, después de varios años, ya ni recuerdo cuántos, de acaloradas discusiones anuales, indignaciones varias, ofensas profundas, dimes, diretes, y demás zarandajas, hemos conseguido restañar las heridas y zanjar el contencioso que a punto estuvo de provocar un cisma entre mis amistades murcianas.
Sí, queridas amigas y amigos, lectoras y lectores, público en general, este verano el menú de nuestra tradicional “Cena de Chicas” (igual un año de estos nos deshacemos de tan flagrante eufemismo y rebautizamos el evento como “Cena de Mujeres”), tuvo como plato estrella del menú típicamente asturiano que ofrecimos a nuestras insignes invitadas, la famosa, vilipendiada, misteriosa y esperada TORTILLA DE MERLUZA.




(pinchar sobre la imagen para leer sin lupa)


Dos días, dos, nos llevó, a la mi amiga del alma y la niñez y a mí confeccionar el susodicho menú. Dos tardes, dos, de pegarnos a los fogones con un calor de justicia (¡Bendito aire acondicionado! ¡Bendita piscina!), al objeto de no decepcionar las expectativas culinarias de nuestras amigas. Dos sesiones, dos, de evocar nuestra infancia a golpe de sabores.



(¡No sé qué hubiera sido de mí sin ella!)

Y una noche entera de pelearnos con el ordenador para imprimir esta primorosa tarjetuca en la que, aparte de detallar el menú, incluimos la receta de la famosa, vilipendiada, etcétera, TORTILLA DE MERLUZA.


(La tarjetuca nos quedó ideal)
La cena, no podía ser de otra manera, resultó un éxito. Nuestras comensales dieron buena cuenta de todos y cada uno de los platos. Hubo risas, chanzas (algunas bastante subidas de tono, como es menester) y alboroto. Brotaron las complicidades. Fluyeron las conversaciones al ritmo del vino, un “Protos” blanco que, desde aquí, recomiendo. No puedo decir que la sobremesa se alargó hasta bien entrada la madrugada porque, con los estómagos llenos y la curiosidad saciada, nuestras invitadas nos abandonaron a eso de la una y media de la mañana, so pretexto de que
trabajaban al día siguiente.

(No quedó monísima, la mesina?)

Eso sí, el misterio de con quién nos comimos aquella primera tortilla de merluza, que tanta cola ha traído, ha quedado sin resolver. Estoy por llamar a Iker Jiménez, o a Aramis Fuster. O a ambos.
 
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