miércoles, agosto 01, 2007

La vida mágica de los recuerdos



Aquí mi bola nº 84 (la 83 me la ha regalado Ojos Verdes, pero tendré que esperar a septiembre para que pase a engrosar oficialmente mi colección), aquí mi amable concurrencia.
Pues sí, no podía ser de otra manera, ésta me la he comprado yo misma, allí mismo, concretamente en el Mercado de S. Lorenzo, el del cuero, después de haberme extasiado ante el David, la Piedad de Palestrina y la serie de esclavos para la tumba del papa Julio II, que nunca llegó a terminar (ni falta que le hizo), de camino al hotel a recoger las maletas y viajar hasta Venecia, donde no me compré un jersey a rayas ni me bañé en la playa, pero viajé en vaporetto lo que no está en los escritos, y más.
Resulta que ahora las bolas vuelven a estar de moda. A nivel de bola lo tienes casi todo. Por supuesto, el David, el Palazzo de la Signoria, el mismísimo Ponte Vechio, y el de los Suspiros, y las góndolas con San Marcos de fondo..., en fin, todo.
Si no fuera porque llevaba las ideas muy claras, a este respecto, y me obligué a mí misma a no ceder a la tentación del cosumismo bolil (ni a ningún otro), hubiera venido cargadita. Pero me traje ésta, y sólo ésta, por varias razones: porque es la única que tengo con la peana de madera (se vuelva) de las bolas clásicas, por todas las veces que pasé por la Piazz del Duomo (el puto Duomo; todos los caminos conducen al Duomo) y, sobre todo, para poder volver, antes de que pasen otros veintiséis años, y traerme a David o a S. Miniato, al que tuve que conformarme con contemplar desde la lejanía.
(Música recomendada para este post, of course, O mio babbino caro, por María Callas, Sarah Brigthman o, preferiblemente, Kiri Te Kanawa)
 
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