sábado, enero 05, 2008

La vida atípica de los acontecimientos


Esta noche entré por la puerta de mi casa a las seis de la mañana. No, no venía de las Urgencias de HC ni de velar al Santísimo,
FUI A UNA FIESTA DE MUJERES
Sí, así como lo leéis. Yo, Mármara, alias Ana Coreta, alias Sta. Mármara del Mar Muerto, pasé la noche bailando, bebiendo, cantando a voz en grito, rodeada de mujeres (que no se parecían demasiado a las de la foto que ilustra este post, pero que qué más da) y, a mayores, coqueteando como una perra.
Me he levantado con una resaca del quince, pero más contenta que unas castañuelas.
Hacía tres años, tres, que no iba a la fiesta de las Reinas Magas que organiza el Tamara, uno de los bares gay con más solera de ésta, mi ciudad. Y, chicas, no sabéis cómo lo disfruté.
Me reí lo que quise, y más, con el mi grupín (mi ex, única mujer con la que he convivido, su mujer, y una de mis más viejas y cómplices amigas, que es hetero, preciso), vi a gente a la que hace años que no veía, que me encantó, charlé por los codos, bebí moderada, pero sistemáticamente, un número de Tankerays con tónica que no puedo precisar, bailé como si tuviera fuego en el cuerpo, canté todas las que me sabía, coreografías incluidas, y coqueteé, ¡Santo Cristo!, cómo coqueteé. No recuerdo desde cuándo no coqueteaba de esa manera (con Ojos Verdes me doy al coqueteo intelectual, que no ye lo mismo). Ni siquiera recordaba cuánto me divertía hacerlo.
Coqueteo intrascentende, cierto, porque con una de 28, enredada en una relación tormentosa con una casada y novicia, por más señas, estudiando judicaturas (sí, efectivamente, hube de enterarme de todo lo que pude) y varias babeando a su alrededor toda la noche, ya me contaréis, pero coqueteo al fin y al cabo.
Sí, sí, ella también puso su granito de arena, no fue unilateral, y si no me arriesgué a dar una vuelta de tuerca más al asunto fue porque he decidido que me apetece que me seduzcan a mí, que ya está bien de ser yo quien dé el primer paso. No fue por otra cosa, que conste.
¿Será un buen presagio para este año? ¿Será una señal de que el Universo me concederá uno de mis deseos?
Quiero pensar que sí. A ver cómo se portan los Reyes Magos.
¡Feliz noche mágica!

jueves, enero 03, 2008

Bette Porter


Tengo que confesarlo públicamente en este foro, aun a costa del perjuicio que esto pueda ocasionar a mi imagen (si es que la tengo, si es que merece ser conservada):
Me he enamorado perdidamente de Bette Porter. No me ha quedado por menos.
Como será que, en cuanto terminé de ver la tercera temporada, tuve que lanzarme a FNAC, ¡antes de comer!, y hacerme con el pack de las tres temporadas que, ahora sí, estoy viendo despacito, repitiendo las escenas que me gustan todas las veces que me apetece.
Desde aquí lo digo, que se quiten todas las Macas, las Veros y las (¡puaj!) Estheres del mundo, una vez que conoces a Bette, el resto se difumina hasta desaparecer sin dejar rastro.
Vale, sí, lo sé, las mujeres como Bette Porter no existen. Es más, soy consciente (no se me han caído las gafas con cristales color lila de repente) de que el personaje concentra todos los ingredientes necesarios para convertirse en el máximo exponente del paradigma del amor romántico lésbico. No obstante, insisto, no he podido resistirme a sus encantos.
Ahora bien, no fue un amor a primera vista, ¿eh?, no. Al principio hasta me parecía un poco repelentuca, y todo. Empecé a prestarle atención en el segundo capítulo de la primera temporada, con el asuntillo de la exposición irreverente. Me tocó, bastantito, la fibra en la escena del hotel con Peggy Peabody. Me sedujo en varios momentos de las dos primeras temporadas, que no voy a comentar porque quiero ser pesada, pero donde me dejó completa y absolutamente kaos fue en la escena del teatro de la Ópera de L. A.
Y hasta aquí puedo leer.

martes, enero 01, 2008

La vida mágica de los ritos


Hacía muchos años que no le pedía nada al Año Nuevo, muchos. En realidad, hacía muchos años que no pedía nada. Porque había pedido mucho en mi vida, y se me había concedido.
Muchos de esos deseos cambiaron mi vida muy positivamente, pero también es verdad que derramé muchas lágrimas por otros, muchas.
Durante muchos años sólo di gracias. Y seguiré dándolas varias veces al día, porque siento que soy una persona afortunada. Pero este año he vuelto a pedir.
No lo tenía previsto, la verdad. Pensaba regalarme un paseo por Xagó, para despedir el año, mojar los pies en el agua gélida del Cantábrico, sumergirme en la paz que siempre me proporciona la mar y dar gracias por todo lo bueno que me ocurrió durante 2007, pero hubo un detalle que me hizo plantearme las cosas.
Encontré una caracola. No es fácil encontrar una de semejante tamaño y con unos colores tan vivos. Tengo mi baño repleto de conchas y piedrecitas que llevo a casa cada día que voy allí, también algunas caracolas pequeñas, rotas y desgastadas. Incluso conservo, en la bandeja del coche, un ikebana que M. fue construyendo durante la primavera: tres conchas, tres piedras y unas cuantas hierbas que sobreviven a las que recogió para mí. Pero es la primera vez que me encuentro una así.
Ese regalo inesperado me recordó que aún tengo la oportunidad de encontrar aquello a lo que he renunciado. Y pedí.
Escribí mis dos deseos en una hoja de papel y la quemé, con los pies metidos en el agua, para que el humo los hiciera llegar al cielo, para que la mar se llevara sus cenizas.

domingo, diciembre 30, 2007

La vida imprevista de los acontecimientos



Está visto que la mujer, en este caso yo, propone y el Universo dispone.
Ayer por la noche planifiqué mi día al milímetro. Levantarme temprano, pintar un trocito de mandala, con los Cuadros para una exposición, de Mussorgsky, de fondo, organizar mis artículos de prensa, planchar, pasear al medio día por Xagó, terminar allí La suma de los días, de Isabel Allende, tirarme en el sofá a ver unos cuántos capítulos The L Word, terminar el artículo que escribo para Ojos Verdes, hacer mi paseo nocturno con Bilbo y Tiza y rematar la jornada con otros cuantos capítulos de la serie en cuestión.
Aunque me acosté a las cuatro de la mañana, a causa de que no podía desengancharme de la pantalla, me levanté a una hora prudente para llevar a cabo mis planes, pero... amaneció lloviendo. La playa, al carajo. Así que decidí desayunar viendo un capítulo. Cayeron tres. Y si no fuera porque este par necesitaba salir a estirar las patas, juro que ni me hubiera levantado del sofá, pero me tiré a la calle a la una y media y, ya que no podía ir la playa, decidí que la mar viniera a mí en forma de percebes y centollo (como se puede ver en este gráfico), por supuesto del Cantábrico.
Puse la mesa, terminé de enfríar el Lambrusco rosado que tenía en la nevera, introduciéndolo en el congelador unos minutos, encendí la tele y el DVD, preparé el capítulo, y me dispuse a disfrutar, en compañía de "mis chicas L", de una comida de lujo.
El postre, dátiles del Mar Rojo, en el sofá, de donde me levanté a las doce menos cuarto, después de siete horas de sesión ininterumpida, para dar mi paseo con este par de almas benditas que no rechistaron en toda la tarde, pero que ya les tocaba salir un ratín.
Y ahora, en cuanto termine de colgar este post, allá voy otra vez, al sofá, la mantina a cuadros, mi sandwich de queso y los capítulos que me apetezca ver hasta que me caiga de sueño.
¡Cuánta razón tenías, Marcela, esta serie ye adictiva onde les haya!
 
Free counter and web stats