domingo, agosto 19, 2007

La vida entrañable de los aniversarios




Cuando era pequeña, a mi hermana la llamábamos Ratita. El mote se lo puso mi padre porque era menuda, inquieta, lista como una ardilla y pelín desastraduca.

Sigue siendo inquieta y lista como una ardilla, se mantiene delgada y ágil, pero lo de desastraduca ha pasado a la historia. Historia familiar que ayer rememoramos , como tenemos por costumbre cada vez que cumplimos años, con la ayuda, en esta ocasión, de una PowerPoint que le regalé, en la que hice un repaso completo de sus cincuenta años de vida.

Me he pasado una semana digitalizando fotos, trayendo a la memoria los recuerdos de cuando éramos pequeños, rememorando nuestras andanzas, y las suyas, los veraneos eternos, los juegos en el Campo S. Francisco, los días en casa de LAS tías (nuestras titas del alma), las amistades de entonces, que siguen siendo las de ahora... Su noviazgo (en enero celebraron sus treinta y cinco años juntos) y matrimonio (en abril hicieron las Bodas de Plata), el nacimiento e infancia de mi sobri, sus éxitos profesionales, sus logros personales.

No creo que haya muchas personas que puedan sentirse tan satisfechas de su vida como mi hermana. Quizás no sea del todo consciente, nunca lo somos, pero os aseguro que aquella Ratita, que salía de casa como una princesa y llegaba hecha un desastre, se ha convertido en un pedazo de mujer.

Por eso, y por mucho más:


¡Felicidades, Ratita!

 
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