miércoles, diciembre 17, 2008

La vida emotiva de los acontecimientos

Cada año, por estas fechas, desde hace ya veintidos, mi familia se reune en torno a mi hermano pequeño para apoyarlo y disfrutar con él en un acontecimiento que, y puedo decirlo sin ambages, ya forma parte de la historia de mi ciudad, y de la de mi familia: el concierto de Navidad. SU Concierto de Navidad.

Desde hace unos cuantos años, gracias a su empeño, que no al apoyo de quienes tendrían la responsabilidad y el deber de promoverlo, este concierto ha adquirido la categoría de institucional, pero cuando lo hizo por primera vez, en la Navidad de 1986, fue con su propia coral, La Coral Vajillas, la primera de las que fundó, a los veinticuatro años, con un grupo de amigos y amigas que, como él, y otros dos hermanos míos, formaban parte del Coro Universitario de Oviedo, y a quienes sabía a poco la actividad de la formación universitaria. Amigos y amigas que lo han seguido, como se sigue a un gurú, en todos sus proyectos musicales, que han sido muchos y variopintos, a lo largo de estos años; que se han plegado, casi sin rechistar, a las exigencias de su batuta; que han estrenado, con él, obras que pocos se atreverían a intentar en según qué escenarios; que han ensayado, sacando tiempo de debajo de las piedras, para que J materializara sus sueños musicales. Amigas y amigos que también estaban en esta ocasión, reforzando el coro del que es director titular, para ejecutar con maestría una versión del Gloria, de Vivaldi, nunca escuchada, en nuestra pequeña y provinciana ciudad, hasta que él se arriesgó a hacerla.
Aquel primer Concierto de Navidad, el del año 86, se hizo en la calle, con escenografía y vestuario de su íntimo amigo, un artista excepcional, muerto, muy joven, hace unos años. Luego, los escenarios fueron variando, adquiriendo una categoría acorde con la entidad de los proyectos de mi hermano, hasta quedar definitivamente vinculado a la Catedral.
Pero, aquel primer concierto fue muy especial para nuestra familia: mi padre había muerto hacía cuatro días y fue mi madre la que tuvo que insistir para que lo celebrara en honor a él, uno de los responsables, junto con mi abuelo José, y ella misma, de que la música forme parte esencial de nuestras vidas.
Así que, cada año, el Concierto de Navidad es tambien el concierto a la memoria de mi padre, a quien mi hermano pequeño se asemeja tanto, en lo físico. Tanto, que, en cada ocasión que lo veo dirigir, me parece estar viendo a mi padre, batuta en mano.

Cada año, por estas fechas, vuelvo a sentir, como en aquella primera ocasión, que mi padre no haya podido llegar a verlo nunca, porque se hubiera sentido tan orgulloso de él como nos sentimos quienes lo queremos.
 
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