miércoles, julio 23, 2008

La vida oportuna de la meteorología,

o, al mal tiempo buena cara.
El sabado, aprovechando que la meteorología me era favorable (22ºC, viento en calma, nubosidad persistente -o pertinaz-, humedad relativa del aire, 70%, estado de la mar, marejadilla), me fui a jugar al golf.
Hacía tanto tiempo que no jugaba que hasta las ruedas del carro eléctrico (las señoras -mayores- utilizamos este tipo de artilugios) se habían deshinchado. Me importó un bledo. Metí los palos justos en la bolsa de mano y me la cargué al hombro dispuesta a dejarme la piel en el pellejo, que diría Mazagatos, por las cuestas, empinadas donde las haya, de mi campo preferido.

Pero como todo en esta vida tiene su parte positiva, esta circunstancia (adversa) me permitió atajar hacia el green del (maldito) hoyo 3, cuando un tiro errático dio con mi bola justo en mitad de la Tarta, realizar un approach bastante digno y dejar la pelotita a suficiente distancia del hoyo como para completarlo en tropecientos veinticinco golpes, eso sí, dos golpes en green, como mandan los cánones, tengo que lo decir.
No tuve tanta suerte en el (jodido) hoyo 7: dos bolas al agua, hoyo al carajo. Resignación. ¿Será por bolas?
(Vista del hoyo 7 desde el tee. Paralelo al camino, interponiéndose entre el tee y el green, el río Gafo, alias Tragabolas II)
Ahora bien, terminé el recorrido con la cabeza bien alta y más contenta que unas castañulelas. Jugar, jugué de pena, tengo que lo reconocer, pero disfrutar, lo que no está en los escritos. Los golpes largos, para olvidar. Los medianos, uno sí y tres no. En los cortos me manejé bastante mejor, incluso me atrevería a decir que muy bien (¿será que gano en las distancias cortas?).
En días sucesivos, ya con las ruedas hinchadas y toda la ferramienta cargada en la bolsa (que, ¿para qué, Santo Cristo, para qué, si fui descartando, hoyo tras hoyo, la mitad?), mi juego fue empeorando, y empeorando, y empeorando. Tentada estuve de lanzar la bolsa, con palos y todo, carro eléctrico incluido, al lago (que no se aprecia en la foto, pero que está, entre mi bola y la casa club). Me contuve, entre otras cosas por no asustar a una pandilla de patas que nadaban plácidamente en él, ajenas a mi ineptitud y, también, por no contaminar el lago, que qué culpa tendrá el pobre de que yo haya perdido mi swing y más que jugar, perpetre.
(Calle del hoyo 18. Mi bola, la tercera, después de haber dejado dos en el tramo correspondiente del Gafo, frente al lago, alias Tragabolas I. Excuso decir que, después de lanzarla al agua, opté por bordear).
Eso sí, desde aquí lo digo, no me pienso amilanar. Este (jodío) juego no va a poder conmigo. Buena soy yo, que me crezco, que más no puedo, ante las dificultades, o handicaps.
Mañana mismo, si la meteorología me es favorable, vuelvo a intentarlo. Ea.
 
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