
El jueves pasado, durante la cena a la que lo invité por haberme ayudado a solventar mis problemas con los capítulos mudos de L, discutía con el mi hombrón, el tema de los referentes homosexuales en el cine. Él, que ya había hablado del tema con la suya, con quien yo lo había comentado previamente, venía dispuesto a rebatir todos mis argumentos y destrozarlos, uno a uno.
Una buena historia de amor, por ejemplo, dijo con la rotundidad de quien se ha preparado el temario, no tiene sexo, ni condición. Por ejemplo, en Brokeback mountain, yo mismo..., y bla, bla, bla.
¡Cooooo-rrecto! Nada que objetar. Brokeback mountain. Y, nada menos que dirigida por Ang Lee. ¿Qué coño pedimos? Si es que protestamos de puro vicio, ¡leches! Y eso que él no sabe, o creo que no sabe, nada de Media hora más contigo, La memoria de los peces, Fish, A mi madre le gustan las mujeres, etcétera. Que si llega a ser consciente, vamos, que me trago mis argumentos a palo seco, sin una sola gotita de vino.
Pero, tiene razón, el mi hombrón. Ayer mismo pude comprobarlo, una vez más, en esta maravillosa película: el mundo cinematográfico está lleno de referentes femeninos, plagado de espejos en los que mirarme y ver reflejado el miedo, la indefensión, la inseguridad, el drama, la lucha, la rebeldía, la resignación, el dolor, la incomprensión, la ilusión, la solidaridad, la supervivencia, la alegría, la complicidad..., la gloria de ser mujer en un mundo de hombres.