domingo, enero 09, 2011

La vida reveladora de las señales (del Universo)

Viernes, 7 de enero de 2011. En mi barrio, que no en el de la mi M —según me cuenta cuando hablamos un poco más tarde—, ha amanecido un día esplendoroso, después de ni sé cuántas jornadas grises, lluviosas y desapacibles.
Una buena ocasión para trasplantar mi maranta, que me la he encontrado agonizante, a la vuelta de mis vacaciones en casa de la madre que me parió.
Cuando salgo a la terraza en busca del saquito de tierra, mis ojos reparan en una escena aterradora: un abejorro, intenta zafarse de la tela que Ella, Laraña, ha tejido entre una de las macetas y el alfeizar. A, escasos, cinco centímetros, la astuta y hábil tejedora, avanza directa hacia su presa, dispuesta a rematar la faena. En una décima de segundo, la que separa a la víctima de su fin inminente, cojo las tijeras, abandonadas, allá por el mes de octubre, al otro lado de la maceta, después de la última poda de la tomatera que albergaba, y me apresuro a cortar los hilos de la mortal trampa.
Mientras, Ella, Laraña, paralizada un instante por la sorpresa, se apresura a refugiarse en su guarida, él alza el vuelo a velocidades de vértigo. En su desesperada huida, no repara en la ventana lateral de la terraza (a pesar de que no es que esté guarro el cristal, no, es que parece haber inventado, él solito, el conceto), contra la que se estrella. Sin embargo, haciendo caso omiso del dolor que, con seguridad, le ha infringido la colisión, en una maniobra digna del más experto de los pilotos, rectifica la trayectoria, realiza un vuelo paralelo al obstáculo y se pierde en el azul infinito.
Moraleja: Por desesperada que sea la situación, siempre habrá una mano amiga dispuesta a ayudarte a levantar, otra vez, el vuelo.
 
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