Tengo que lo decir aquí, a la bendita pública: volver al aula ha sido una de las mejores decisiones que he tomado en mi vida. Sí, también estuvo bien dejarla, después de veintisiete años, veintisiete, de batirme el cobre ante las pizarras, para sumergirme en los procelosos caminos de la administración autonómica. Lo pasé muy requetebién, aprendí lo que está en los escritos, y lo que no, me asomé, sin adentrarme en ellas más que lo justo y necesario, a las cavernas de mi Consejería, sobrevolé las selvas de los centros educativos, sin conseguir penetrar —tengo que reconocerlo— en sus frondosidades, me codeé con la flor y nata de la Educación, con mayúsculas —un suponer Myriam Nemirovsky o Francesco Tonucci, alias Frato— y disfruté todo lo disfrutable.
Francesco Tonucci diserta sobre las ventajas de las copias en la caligrafía
También lo pasé mal, muy mal, pero ya se me ha olvidado.
Lo único que no aprendí fue a deslizarme por las moquetas y parqués de los despachos, ni a ejecutar graciosos y graciles besamanos, reverencia incluida, pero, si os digo la verdad, ni falta que me hacía.
Pero volver al aula, ha sido un acierto pleno. No sólo porque las sonrisas con las que me recibe mi alumnado cada mañana me nutran para todo el día; porque la confianza y la autoridad que me otorgan me haga sentirme orgullosa de haber elegido esta profesión; porque cada día sea un nuevo reto para mis oídos, mis nervios y mi imaginación; porque las veces que se me han escapado los pájaros —que se me han escapado, y mucho—, me han proporcionado la oportunidad de bucear en mis emociones, conocerme mejor e intentar ser mejor persona, mejor maestra; porque codearme con adolescentes me impide dormirme en los laureles, después de treinta y tres años de profesión; porque sus biografías que, desgraciadamente, nada tienen que envidiar a las que retrató Dickens, me permiten reconciliarme con mi adolescencia y agradecer al Universo la suerte que tengo de haber nacido donde nací, y tener una familia como la que tuve, y tengo.
H muestra su contribución al móvil colectivo
L y M marcan la base de su montaña
A obtiene el perfil de su volcán
Por todo eso, y mucho más.
Y también, a qué negarlo, porque ayer celebré el comienzo de mis VACACIONES con la mi Marcelilla, haciendo dieciocho hoyos, dieciocho.
Y hoy voy a ir a comer, y a dormir la siesta, a Xagó. Y mañana volveré a meterme, entre pecho y espalda, otros dieciocho hoyos. Y pasado haré lo que me dé la gana. Y al otro, que ya será lunes, no pondré el despertador y decidiré, sobre la marcha, qué quiero hacer. Y así (D. m.), durante ONCE días.
¿No ye la hostia? ¡Lo ye!