viernes, septiembre 26, 2008

La vida convulsa de las palabras,

o El extraño caso de la tortilla de merluza.
Cuando Japi nos mostró, durante el vuelo Ranón-Barajas, de las 7.30 am, la portada de su Cuaderno de Viaje, en el que pensaba dar cumplida cuenta de los acontecimientos, a nivel trabajo y a nivel lúdico, que se produjeran durante nuestra estancia otoñal en el Sur, nunca sospechó que tendría que recoger en él momentos de tan intenso dramatismo.
Ni siquiera la propia anfitriona (que dio en organizar una comida multitudinaria, al objeto de celebrar mi inesperada, y extraordinaria, presencia en tierras murcianas), que servía, con su natural gracejo y elegancia, un exquisito arroz a la murciana (al que habían precedido, a modo de aperitivo, también genuinamente murciano, unas huevas de mújol, acompañadas por almendras fritas, aceitunas aliñás y empanadillas de carne), imaginaba que, en plena sobremesa, se desataría la tormenta.
En realidad, caer, cayeron cuatro gotas. Lo gordo fue por la noche, que llovió a cántaros y que, durante más de una hora, los rayos y los relámpagos llegaron a eclipsar, y a enmarcar, los fuegos artificiales de las fiestas de El Cabezo. Pero ésa es otra tormenta, otra historia.
La verdadera y auténtica tormenta (de sentimientos) se desató cuando, al retrotraernos a pitanzas precedentes, enmarcadas en lo que hemos dado en denominar, eufemísticamente, Cena de Chicas del Verano, a nuestra anfitriona se le ocurrió alabar las excelencias de la tortilla de merluza made in Mármara.
—¿Tortilla de merluza? —preguntó C, imprimiendo a su voz un tono de sorpresa y reproche.
—¿De qué tortilla de merluza estamos hablando? —quisieron saber, al unísono, A y Y.
Se hizo un silencio sobrecogedor. Mi M (mi amiga del alma y la niñez) y yo nos miramos de soslayo.
—Yo nunca he probado esa tortilla —aseguró A.
—Ni yo —afirmó Y.
—A ver, que yo me entere —inquirió C—, ¿a quién le habéis hecho esa tortilla? Y, lo que es peor, ¿con quién os la habéis comido? Porque está claro que con nosotras no. ¿Es que hay “otras”?
De nada sirvieron nuestras explicaciones, nuestros intentos de identificar evento y fecha, nuestros esfuerzos por asegurar que esas “otras” no existían, que jamás de los jamases se nos ocurriría cocinar para alguien que no fueran ellas, nuestras amigas del alma (murciana), nuestras chicas, no ya de oro, de platino.
La tensión llegó a cortarse con un cuchillo (jamonero). Y, A y C se unieron en un coro de reproches y reprobaciones. Los hombres, que hasta entonces habían participado en las conversaciones con total naturalidad, se mantuvieron al margen, en silencio, mientras aprovechaban para dar buena cuenta de la tarta de manzana, al estilo alemán (en honor a J), las trufas y los gin-tónic. Japi, mientras tanto, registraba cada detalle, cual sagaz reportera amarillista.
—Nunca pensé que llegaría a decir esto —aseguró C—, pero este asunto ha abierto una brecha en nuestra amistad.
—Una brecha profunda —remató Y.
—Al menos —terció A— dadnos la receta, para que podamos resarcirnos de semejante afrenta.
—¡Ni hablar! —M, que, de normal, es de carácter afable y conciliador, saltó como si la hubieran pinchado — Ya que no os acordáis de la tortilla de mi Marmarita, tendréis que esperar a la Cena de Chicas (eufemismo, sí, eufemismo) del verano que viene.
—NODO y crédito —dijo A, en el colmo de la indignación—. Que le hayáis hecho la tortilla a otras, pase, pero que nos neguéis la receta, lo encuentro de una crueldad intolerable.
—Esto no es una brecha, no, —concluyó C—, acabáis de abrir un abismo.
Ni que decir tiene que el resto de la tarde se vio salpicada por continuas referencias al caso. Un simple comentario, sobre los temas más dispares, servía como disculpa para ahondar en la brecha. Cómo sería, que hasta el inocente tema de Mecano, La Fiesta, que sonaba de fondo en Kiss FM, levantó ampollas.
—No me mentes ese tema, no me le mentes —me pidió C, cuando me permití rememorar la bonita coreografía que habíamos realizado en la Fiesta de Cumpleaños de M, nuestra anfitriona, años atrás (aquella Fiesta en la que acabamos, casi todas, bañándonos en bolas a la luz de la luna) .

Al despedirnos, A me susurró al oído, ¿De verdad no me vas a dar la receta? Me encogí de hombros, miré a M, que nos observaba atenta, bajo el farolillo del porche delantero, y sonreí. Jamás traicionaré a M, pero sé que, en mi conciencia, pesará como una losa el secreto de la mi receta. Hasta la próxima Cena de Chicas, por lo menos.

¿Lograrán nuestras heroínas superar la brecha producida por el Extraño caso de la tortilla de merluza (made in Mármara)? ¿Conseguirán tender puentes que acerquen, o aproximen, los extremos del abismo?
El tiempo, y la tortilla de merluza, lo dirán.
(A mis chicas de platino, a nuestras cenas de verano, a esta comida, fuera de temporada, y a la Región de Murcia, que nos ha (re)unido, y seguirá (re)uniéndonos en muchas más Cenas de Chicas del Verano, D. m.)
(Y a la mi tortilla -de lomos- de merluza, ¡leches!)
 
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