
(La que suscribe y su hermano nº2 el 6 de enero de 1962)
Hubo un tiempo en el que mi familia, ésa que me ha tocado en suerte en la lotería de la vida, ésa a la que hemos venido a aprender las lecciones que dejamos pasar en nuestras vidas anteriores (hartita estoy de tanta lección, ¡hostia!), la celebraba por todo lo alto, y como manda la tradición: escribíamos nuestra carta y la dejábamos encima de la tele de la casa familiar. Mientras vivió mi padre, era él quien compraba los regalos para toda la familia, a pesar de lo mayorcísimos que éramos (yo tenía treinta y un años cuando se murió).
Un par de años después de que él se fuera, decidimos reconvertir la historia y lo organizamos en plan Amigo Invisible.
Seguimos dejando la carta sobre la tele de la casa de la madre y cada cual cogía la de quien le había tocado en suerte. El día 6 nos reuníamos para desayunar, titas del alma incluidas, chocolate con churros y roscón, ora en casa de la madre, ora en la de lamirmana, ora en la de mis hermanos 4 y 6, abríamos los regalos con gran ceremonial, comíamos cocido y pasábamos la tarde viendo unas pelis y jugando a la canasta* con las titas.
Pero, ¡oh pero!, hace cuatro años, mi hermano nº 4 decidió que le suponía mucho esfuerzo emplear su tiempo en buscar y comprar regalos, mi hermano nº 2 secundó la moción, al resto le pareció que si no jugábamos todos se rompía la baraja, ycagüentooloquesemenea mi fiesta favorita se fue al garete.
Seguimos reuniéndonos para comer, en un restaurante, eso sí, y regalarle a la madre, pero el resto pasó a la historia y yo, que ni tengo familia propia, porque para estos temas Tiza y Bilbo no cuentan, ni siquiera una novia, o amanta, con quien poder intercambiar unos regalinos, no he vuelto a escribir mi carta, ni a tirarme a las calles, en medio de la vorágine propia de estas fechas, carta ajena en ristre, a buscar lo que más ilusión pudiera hacerle a quien me hubiera tocado en suerte, ni a abrir regalos, ni a ná.

Un par de años después de que él se fuera, decidimos reconvertir la historia y lo organizamos en plan Amigo Invisible.
Seguimos dejando la carta sobre la tele de la casa de la madre y cada cual cogía la de quien le había tocado en suerte. El día 6 nos reuníamos para desayunar, titas del alma incluidas, chocolate con churros y roscón, ora en casa de la madre, ora en la de lamirmana, ora en la de mis hermanos 4 y 6, abríamos los regalos con gran ceremonial, comíamos cocido y pasábamos la tarde viendo unas pelis y jugando a la canasta* con las titas.
Pero, ¡oh pero!, hace cuatro años, mi hermano nº 4 decidió que le suponía mucho esfuerzo emplear su tiempo en buscar y comprar regalos, mi hermano nº 2 secundó la moción, al resto le pareció que si no jugábamos todos se rompía la baraja, y
Seguimos reuniéndonos para comer, en un restaurante, eso sí, y regalarle a la madre, pero el resto pasó a la historia y yo, que ni tengo familia propia, porque para estos temas Tiza y Bilbo no cuentan, ni siquiera una novia, o amanta, con quien poder intercambiar unos regalinos, no he vuelto a escribir mi carta, ni a tirarme a las calles, en medio de la vorágine propia de estas fechas, carta ajena en ristre, a buscar lo que más ilusión pudiera hacerle a quien me hubiera tocado en suerte, ni a abrir regalos, ni a ná.

(Queridas Reinas Magas: este año me pido...)
Ahora bien, desde aquí lo digo, este año he vuelto a escribir mi carta, esta vez a las Reinas Magas y, aunque sé que no recibiré mi regalo mañana mismo, porque por muy Reinas y Magas que sean, no les va a dar tiempo, sé que recibiré mi regalo a lo largo de este año. Lo sé.


(... mi Bette Porter particular, que ya va siendo hora, ¡leches!)
*Juego de naipes.