sábado, octubre 29, 2011

La vida sumergida de la (micro) economía

El otro día me encontré con Manolo*, el fontanero, en el portal de mi casa. Venía de darle a mi vecina un regalín para su nieto.
Después de los qué tal, yo muy bien (g. a D.), en el insti, y tú, para qué te voy a mentir, a chapuzas, como cuando empecé… Nadie me llama… Ni me van a llamar, claro, llevaba tanto tiempo trabajando a lo grande (edificios y urbanizaciones al completo), que ahora, me las veo y me las deseo para que me salga algo.



Manolo, el fontanero, tiene mi edad. Fue vecino de calle hasta que se cambió a un dúplex de 150m2 en una de las urbanizaciones del ensanche contemporáneo, con su mujer, su hija, que a la sazón estudiaba bachiller, y su hijo que cursaba, a trancas y barrancas, un módulo de grado medio, pero que ya tenía una señora moto, para que pueda ir al instituto, que le queda un poco retirado. Mantuvo, en alquiler, el piso del barrio —por si alguno de mis hijos lo necesita—, y el garaje, cerrado, como almacén. Había aparcado su Audi A8 al lado del mi Qashqai



Cuando reformé el piso en el que vivo, hace catorce años, Manolo, por ser yo quién era (maestra de sus dos retoños, vecina, compañera de paseos perrunos), me arregló el baño. Veinte mil pesetas de las de entonces, por punto (bañera, lavabo, váter), materiales, apertura de huecos, retirada de escombros y sanitarios aparte. Sesenta mil del ala, más de un tercio de lo que yo ganaba entonces. Le llevó una tarde solventar el tema.

Aquí, mi baño, modelo liliputiense (1,40x1,80)

Qué suerte, haberte encontrado, le digo, me gotea la cisterna, y llevo dos meses esperando al fontanero de la ferretería, pero no me atrevía a darte la lata para semejante tontería.

Un par de días después, Manolo viene a casa de mi vecina de rellano a trampear su cisterna. Ya que está, le cambia la goma a la mía. Charlamos, mientras observamos el efecto del arreglo. Veinte minutos después nos despedimos. ¿Qué te doy? Duda un instante, ¡Bah!Dame… treinta euros.
Por supuesto, ni factura ni IVA ni recibo.
Pero yo me fío de Manolo. Sé que si falla el arreglo de la goma volverá y me cambará el mecanismo completo.
*Nombre ficticio
 
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