miércoles, marzo 19, 2008

La vida reconfortate de las palabras: vacaciones



Hace unos meses, en uno de sus múltiples concursos, Blau nos pidió las fotos de nuestros pies. Por supuesto (la vida de la absurda-sinsorgo*-ejecutiva-agresiva de los c... es muy, pero que muy, sacrificada), no tuve tiempo ni ocasión para hacerme una foto decente de los susodichos.
Pero como todo llega, en esta vida, esta mañana he tenido el tiempo y la ocasión para fotografiarme los pies en una de mis posturas favoritas, haciendo lo que no he podido hacer en este jodío trimestre.
Es más, esta monería (de foto) tiene el mérito añadido de haber sido hecha durante este día que me estoy regalando con todas las de la ley, a costa de haberle mentido a mi madre (¡Santo Cristo, a lo que ha de llegar una!).
Sí, amigas mías, sí, una es hija mayor y soltera de madre viuda y semi-anciana, experta en las artes del chantaje emocional. Dramática circunstancia, ésta, que implica, no sólo la obligación de hacerse cargo de la matriarca del clan, mientras el resto de sus vástagos emparejados viajan despreocupados por los bonitos pueblos de la geografía de España y del mundo, sino, a mayores, tener un chip defectuoso en el jodío cerebro que te aboca a una corrosiva y nefasta culpabilidad.
Menos mal que, de vez en cuando, esta hija mayor, soltera, masoca, roja, impar y pasa, tiene un rapto de lucidez y se pone el mundo por montera en su propio beneficio.
Total, que le dije a la madre que me parió que hoy me tocaba trabajar, le pedí a mi hermano número dos (soltero, él, también) que se hiciera cargo de la madre y de Tiza y Bilbo, so pretexto de que mañana tengo la visita de dos blogueras y quería atenderlas como se merecen, y que los mis perrinos me iban a dificultar mucho la jornada, y me vine a mi caaaaaasa (toy como ET), dispuesta a disfrutar de una bien merecida y ansiada soledad en la paz de mi hogar avilesino.
Llegué tempranito de Oviedo, directa a mi masaje semanal, me compré unas exquisiteces para comer, alquilé Juegos secretos, de la mi Jennifer Connelly, llegué a casa, puse a bajar el capítulo 11 de L (lo primerito), me puse el pijama y me tumbé en el sofá ¡a leer!, con la Misa en Si Menor, de Bach, de fondo.
Y ahora, voy a comer y a pasar la tarde haciendo lo que me salga del mismísimo arco del triunfo: que si viendo la peli, que si echando una siesta, que si leyendo, que si visitando a mis amistades blogueras, que si viendo el capítulo 11 de L, que está bajando como una posta, que si...
¡Feliz día!
*Sinsorgo. Dicho de una persona: insustancial y de poca formalidad. Término con el que Amelia Valcarcel se refirió a Arturo Pérez-Reverte en su conferencia del día 7 sobre Simone de Beauvoir. ¿No ye total?
¡ATENCIÓN, TEMA!: El cadáver exquisito continúa en el blog de Errante.
¡ATENCIÓN, TEMA! (II): Parez que después de la incursión de la anónima de Errante, del corre corre que te pillo de Morgana y la desaparición misteriosa de Dintel, andamos por Irreverens. Yo, como he dicho en el blog de Morgana, me lavo los pies.

domingo, marzo 16, 2008

Cadáveres no tan exquisitos

















O tengo la jodía ameba del cadáver exquisito de Onhe intalada en el cerebro, o se me ha reblandecido (el cerebro) de tanto darle caña, o este maldito bimestre me está pasando factura, o las tres cosas a la vez. El caso es que tenía dos cosas en la cabeza, antes de salir de casa: llevarme el papel y los plásticos para proceder a su reciclado y coger la cámara para registrar los efectos del temporal en mi playa favorita. La cámara se quedó en casa. Menos mal que llevaba el móvil, pero no es lo mismo, ni es igual.
Debió ser de órdago a la grande, el temporal, porque la línea de la marea subió sesenta metros más arriba de la habitual. Los restos, a pedir de boca: envases plásticos como para hacer un catálogo, peluches, macetas, redes, neumáticos, juguetes, puntos de amarre (dos), cuerdas, marañas de cuerdas de plástico, tampones, compresas, salvaslips, zapatillas de deporte, cascos de obra, aletas de surfistas... y montañas de palos y troncos.
Eso sí, se ha llevado, la mar, parte de los miles de piedras que jalonaban la orilla y la convertían en un natural, eficaz e incómodo pediluvio. También, toneladas de arena.
La mar nunca se queda con nada que no sea suyo y, a veces, se lleva lo que le pertenece.
 
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