sábado, noviembre 11, 2006

La vida olvidada de las palabras


(Claudio durmiendo plácidamente en su mata de hortensias)
Ayer recuperé a Claudio. Hacía varios años que no lo veía, que ni siquiera me acordaba de él.
Claudio nació en los años ochenta, coincidiendo con uno de mis enamoramientos. Durante el tiempo que viví en pareja, Claudio permaneció olvidado en una de las carpetas en las que guardo los proyectos que rara vez se hacen realidad. Lo recuperé cuando me separé y tomó la forma de un cuento infantil, que escribí al mismo tiempo que mi alumnado de entonces, en una secuencia didáctica que programé para desarrollar los textos narrativos. Escribimos un cuento, lo ilustramos, lo editamos y lo encuadernamos con el objeto de regalárselo a alguien de nuestro entorno. La copia que conservo es el segundo de los ejemplares de mi particular edición limitada.
De las estanterías de mi casa, pasó a las de una de mis amigas, y allí permaneció hasta ayer, que lo necesité para mostrar, en un curso sobre competencias lingüísticas, a un grupo de profesoras y profesores, que es posible enganchar a nuestro alumnado a la lectura y la escritura, si les damos una razón para ello, si lo que les proponemos tiene una finalidad ligada a la vida-vida.
Algunos de los cuentos que escribimos sirvieron de regalo para niñas y niños que hacían su primera comunión, o que cumplían años, por aquel entonces. Hubo quien decidió quedárselo y conservarlo.
Como ya se sabe que no hay casualidades en esta vida, cuando salí a pasear con Bilbo y Tiza, esta mañana, me encontré a una de las alumnas que estaban conmigo aquel curso. Se ha casado y tiene una niña de dos años, que irá a nuestro colegio en cuanto cumpla los tres. ¿Te acuerdas del cuento que escribimos cuando estábamos en 7º?- me dijo-. Pues, por poco me lo destroza, este trasto, el otro día.Si no llego a tiempo, lo descuartiza. Es de mala... -y añadió bajito- Se parece a su padre.

domingo, noviembre 05, 2006

La vida pública de las palabras


Antonio, vamos a llamarlo así, ha empezado este curso 1º de Primaria. Es decir, acaba de cumplir seis años. Según su maestra de Infantil, es un niño cariñoso, despierto, alegre y, cómo no, inquieto, en toda la acepción de la palabra.
Su tutora está hecha polvo porque Antonio es el niño más machacado de todo su grupo. El otro día recibió, en el transcurso de la mañana, cinco castigos. Por malo. El profesorado que comparte docencia con su tutora (inglés, música, E. F., religión y asturiano), ha decidido ponerle la etiqueta y ya, a estas alturas de curso, cuando aún no se han cumplido los dos meses desde el comienzo de la actividad escolar, no hay día en que Antonio no reciba varias reprimendas y sus correspondientes castigos, por malo. Las maestras y los maestros lo saben. Su grupo lo sabe. Su padre y su madre no tardarán en saberlo, si es que no lo saben ya. Él lo sabe. Es malo.
Los niños malos todo, todo, lo hacen mal. A los niños malos se les riñe, se les vocifera, se les castiga. A los niños malos se les aparta. Los niños malos sólo merecen castigos. A los niños malos no se les quiere.
 
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