jueves, julio 29, 2010

La vida confusa de los concetos


Yo también quiero mi best-seller, si termino de escribir, claro.
Al hilo del post de Tantaria, La trabajera de ligar, que ya pasa de los cien comentarios, del desternillante de Jirafas en gerundio, Salvando muebles, que le valió un bollogossip extra de Farala, de la lectura de la primera novela de la trilogía de Libertad Morán, A por todas, que me prestó la mi Marcela, y de las zambullidas que me estoy pegando en mi propia memoria, al rescatar una novelita que empecé a escribir, y no terminé, para variar, hace doce o trece años (aún tengo la mitad de los capítulos en WordPerfect*), he llegado a la conclusión de que el término “normal”, o se ha desvirtuado, o hay un confusionismo muy grande sobre su significado, o cada cual tiene su propio conceto. Y ahí sí que la hemos jodido.
La que suscribe a punto de zambillirse en los recovecos de su memoria
Lo que yo quiero es una mujer normal, afirma la totalidad de las bolloblogueras solteras que voy conociendo, las bolleras a secas, y la del correntío de bollitos y petisuis que describe Libertad Morán en su mencionado éxito editorial.
Un suponer, Tantaria, no concibe ni un revolcón a lo forestal con alguien que no utilice adecuadamente las tildes (ortográficas, no me vayáis a pensar mal, que ya os voy conociendo, cacho perras).
Si, hasta Marta Sánchez cantaba aquello de soy una mujer normal, a lo que añadía, una rosa blanca de metal (que ye lo más normal del mundo, y no tien mal que parecer), para concluir en que estaba ¡Desesperada! La pobre.


Estoy convencida de que el quid de la cuestión radica en que cada cual tenemos nuestro propio conceto de normalidad, lo que justificaría, no sólo la desesperación de Marta Sánchez, si no la de cienes y cienes de bollosingles, yo la primera, que para eso soy la mayor, que autojustifican su soltería con aquello de que es que no encuentro ninguna normal, oyes.
Entonces, desde aquí os emplazo a que vayáis rascándoos las neuronas y defináis vuestra propia normalidad, a ver si de una puta vez llegamos a un acuerdo y, a mayores, yo encuentro una amante normal (novia, lo que se dice novia, no quiero) con la que proceder al desarrollo exhaustivo mi propio conceto**, y el de la presunta, of course.
*Procesador de textos de la Suite de Corel, caída en desgracia por culpa de don Gates.
**Que si no he iniciado mi, cien veces, anunciado casting es porque ni yo misma tengo claro el conceto.

domingo, julio 25, 2010

La vida agotadora de los eventos veraniegos

Tengo, por qué no decirlo, una pandilla petarda. Un grupo de seres humanos que conocí en los ochenta, cuando aún no había salido del armario, a pesar de que media ciudad —la media ciudad gay, por supuesto— hacía apuestas sobre mi opción sexual, con el que me reúno un par, o tres, de veces al año.
El viernes pasado, uno de los miembros de esta pandilla, tuvo la gentileza de organizar una cena en su casita de campo (todo ideal, corazón, todo ideal) en la que reunió a una decena de miembros del susodicho grupo.
Mi anfitrión en el ejercicio de sus funciones
Me resultan entrañables, estos encuentros, sin embargo, me preparo para ellos cual gladiadora espacial, haciendo acopio de escudos protectores, ya sea contra armas láser, ya contra aguijones radioactivos. No ha habido ni una sola vez, sobre todo desde que, hace varios años, di en retirarme del mundanal, que no haya tenido que utilizar mi arsenal defensivo al completo.
El viernes no fue una excepción. Si algo tiene en común este grupín, en general, con honrosísimas excepciones, son unos intereses sempiternos y concretos, por este orden:
— Cuánto tienes
— Cuánto follas
— Cuánto viajas
— Cuánto te drogas
Así que llego vestida para la ocasión (también se mira mucho el modeleo) y mi batería de escudos, dispuesta a repeler las andanadas:
— Sí, puedo permitirme el lujo de, por ejemplo, dilapidar unas decenas de euros en el bingo, no sé si tantos como tú te gastas en cocaína.
— No, no tengo novia. Sí, sigo sin follar desde la última vez que nos vimos.
— He estado aquí, allí y en este otro sitio desde que nos vimos la última vez.
— ¿Coca? ¿Chocolate? No gracias, me quité en el 92.
Mi ex, su actual y la mi Váyolet* intercambiando opiniones sobre el corte de pelo de Bimba Bosé
Este viernes me resultó especialmente intenso. Entre la cantidad de caipirinha que ingerí (aún me dura la resaca), que preparó la actual de mi ex (con alguna sí que me llevo, Libertad Morán), una encantadora girl from Sao Paulo, que las prepara de escándalo, es un escándalo, el tercer grado al que me sometió uno al que hacía años que no veía, empeñado en rescatar del olvido alguno de los episodios más truculentos (sí, tengo más de uno) de mi biografía sentimental, en plan anda mamá, cuéntame otra vez ese cuento, pero hija, si ya te lo sabes de memoria, es igual me gusta mucho que me lo cuentes, y el relato pormenorizado de las aventuras y desventuras de un maricón en Ipanema (contextualizando), La Habana y los cuartos oscuros de los antros locales, volví a mi casa exhausta.
Un día de estos voy y me lo cargo, al kaos
Menos mal que una tiene sus recursos, incluida la paz de mi hogar y el caos de mi estudio. También mi terracita al Cantábrico, a la que me marcho en este instante con mis santos.
Bilbo y Tiza en nuestra terracina marinera
*Véase "La mi novela por entregas"

 
Free counter and web stats