sábado, octubre 20, 2007

La vida extraña de los fotogramas

Debe de ser fantástico tener solvencia económica para trabajar una vez cada catorce meses (esa es la frecuencia que le sale a Jodie esta década); para elegir el tipo de trabajo que quieres hacer (entre cuatrocientas proposiciones), y para que esa elección te permita proyectar al mundo entero (por lo menos al que pague la entrada) tu imagen favorita de ti misma.
Jodie Foster quiere que el mundo la vea como una mujer inteligente, poderosa, solidaria, abierta a la multiculturalidad, segura de sí misma y de sus circunstancias, autónoma, independiente, a veces vulnerable, siempre dispuesta a luchar sola con uñas, dientes y balas de nueve milímetros para defender lo suyo, intimidad incluida. En sus dos últimas películas, incluso se permite hacer alarde de pluma. Correcto. Nada que objetar.

Ahora bien, hay mensajes con los que es peligroso jugar, sobre todo cuando se tiene tanto poder de convocatoria. Y el que lanza La extraña que hay en mí, es muy, pero que muy peligroso. Y muy, pero que muy jodido.
Salí con muy mal cuerpo, ayer, del cine. Es posible que no haya entendido el mensaje, lo admito, porque lo que fui capaz de captar no me ha gustado nada, pero nada, nada.

viernes, octubre 19, 2007

La vida misteriosa de los recuerdos

Estos días me ha pasado algo que ha traído a mi cabeza un sucedío que me ocurrió hace muchos, muchos años, y que luego se me ha vuelto a repetir en un par de ocasiones, quizás por aquello del proverbio árabe que dice que lo que sucede una vez es posible que no vuelva a suceder, pero que si sucede dos, sucederá con seguridad una tercera.
Tenía, yo, una amiga, y esa amiga tenía una hermana pequeña (diecinueve, ella, la hermana, veinticinco, yo) que, a la sazón, ya se sentía atraída por otras mujeres, pero sufría en silencio porque lo que siempre se sufren en silencio este tipo de circunstancias. El caso es que, llegado el momento, la rapaza me confió sus cuitas y yo, ni corta ni perezosa, la ayudé a despejar sus dudas. Tras el susto-trauma inicial, el agradecimiento infinito, las promesas de lealtad eterna, etcétera, etcétera, etcétera.
Sabiéndonos hermanas, nos hicimos más amigas de lo que yo lo había sido de su hermana biológica.
Al poco tiempo, la muchacha abandonó su pequeña villa natal y se trasladó a Madrid a vivir su sexualidad en libertad, de la que estudiaba Periodismo. Por aquel entonces yo cortejaba en la capital del reino y, lógicamente, pasaba mucho tiempo allí. Y, claro, mi amiguina y yo nos veíamos con mucha frecuencia.
Sucedió, entonces, que la rapaza se unió sentimentalmente a la ex novia de mi novia. La suya fue una relación tormentosa. Mi amiguina, como corresponde a un primer amor, se enamoró perdidamente, pero la otra seguía enamorada de su ex y de la que la había sustituido en su corazón, que también la había abandonado, harta de que suspirara por la otra. En fin.
De repente, caí en desgracia. Mi amiguina dejó de llamarme y siempre encontraba alguna disculpa para darme esquinazo, coincidiendo con el hecho de que mi novia me había dejado por otra que, a su vez, había sido novia mía, siguiendo el estricto guión imperante en las endogámicas comunidades lésbicas de aquellos años de la movida (y del cuplé, y el bolero desgarrado…).
Unos años después, me vuelvo a encontrar con mi amiguina en una fiesta. Se me acerca, me abraza y me dice que sólo ha ido a esa fiesta porque sabía que iba a estar yo y que no podía dejar pasar un día más sin pedirme que la perdonara por haberse dejado comer la oreja por su ex y por la mía, pero que aquel par ya se había retratado, y que, por favor, por favor, le perdonara su inexperiencia y su ceguera.
Perdoné a mi amiguina que, efectivamente, era joven e inexperta y las había pasado del quince en aquella relación desigual (su novia terminó abandonándola por la sustituta) y hemos conservado la amistad durante todos estos años. Aunque nos vemos muy poco, cada vez que coincidimos tenemos la impresión de que nos hemos visto ayer.
En los otros dos casos las he tachado a ambas de mi corazón, aunque ellas no lo saben.
 
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