Mi güelito José empezó a trabajar a los 12 años en la "Tornillera del Nalón". Todos los días cogía el Vasco (ferrocarril Vasco-Asturiano) a las seis de la mañana y se iba a La Felguera a ganarse el jornal como un paisano.
Sin embargo, cuando se trataba de asistir a las representaciones de Ópera que daban en el Corral de Comedias de El Fontán, no lo dejaban ir solo, porque le quedaba lejos de casa, y su madre, mi bisabuela, obligaba a mi tía F., la mayor de sus hermanas, a acompañarlo para vigilar que no le pasara nada al chiquillo.
Sin embargo, cuando se trataba de asistir a las representaciones de Ópera que daban en el Corral de Comedias de El Fontán, no lo dejaban ir solo, porque le quedaba lejos de casa, y su madre, mi bisabuela, obligaba a mi tía F., la mayor de sus hermanas, a acompañarlo para vigilar que no le pasara nada al chiquillo.
Cuando era pequeña y comía fatal, mi güelito me cantaba mientras mi madre intentaba embutirme el biberón. A los cinco años me llevó a mi primer concierto, en la sesión matinal del Campoamor. A los doce mi madre me hizo socia de la Sociedad Filarmónica Ovetense, y allá nos íbamos, los tres, a escuchar lo que nos echaran.
(Aquí ya comía un poco mejor, como se puede apreciar en los papinos)
Cuando mi padre se repuso de las heridas de guerra, abandonada, ya, su ilusión por ser arquitecto, empezó a trabajar como locutor de Radio Asturias. Retransmitía las óperas desde el Campoamor y tenía un programa semanal, cuyos guiones conservamos, en el que comentaba piezas y conciertos de música clásica.
Cuando mi padre se repuso de las heridas de guerra, abandonada, ya, su ilusión por ser arquitecto, empezó a trabajar como locutor de Radio Asturias. Retransmitía las óperas desde el Campoamor y tenía un programa semanal, cuyos guiones conservamos, en el que comentaba piezas y conciertos de música clásica.
(Mi padre, en una caricatura que le hizo uno de sus amigos, cuando fue a matricularse a Madrid, en 1935)
Mi madre lo conoció en esa época y junto con otras cosas, compartieron su mutuo amor por la música. Una vez casados, mi madre acompañaba a mi padre a las emisiones de su programa, hasta que se quedó embarazada de mí, que soy la primogénita. Entonces, mi padre le regaló una radio de galena, para que lo escuchara mientras esperaba que volviera a casa.
Mi madre lo conoció en esa época y junto con otras cosas, compartieron su mutuo amor por la música. Una vez casados, mi madre acompañaba a mi padre a las emisiones de su programa, hasta que se quedó embarazada de mí, que soy la primogénita. Entonces, mi padre le regaló una radio de galena, para que lo escuchara mientras esperaba que volviera a casa.
(Mi padre, recien casado, en el Teatro Campoamor)
Con semejante historial, no es extraño que la música haya llenado muchos, muchísimos espacios de mi vida. Y los sigue, y los seguirá llenando.
Los ha llenado estos días, que he estado de baja por agotamiento puro y duro, y, como consecuencia, porque la espalda se me ha puesto como una tabla de planchar, tanto, que ni siquiera mi masajista alternativa ha conseguido ponerle cara. Pero he de volver al tajo, y tengo mucho, muchísimo, tajo, en perspectiva.
Una de las óperas favoritas de mi padre era Tosca, incluso le puso ese nombre a una de nuestras perras.
Con E lucevan le stelle, más conocida como Adios a la vida, una de las arias predilectas de mi madre, me despido de vosotras, temporalmente, hasta que consiga encauzar la montaña de trabajo que tengo pendiente.
Ci vediamo dopo, caras.
Ci vediamo dopo, caras.