(Rodiezmo, verano de 1964)
Hoy hace veintiún años que se murió mi padre. Cada año, por estas fechas, mientras el alumnado del colegio de San Ildefonso da el pistoletazo de salida a las navidades, yo añoro a mi padre.
De las muchas cosas que he heredado de él es el amor por la música. También por los libros, la lectura, la escritura, el arte. Pero, sobre todo, la música clásica y la ópera. Mi padre fue locutor de radio. Tenía un programa muy parecido a los Clásicos Populares de ahora, del que guardamos todos los guiones, y también transmitía la Temporada Oficial de Ópera desde el Teatro Campoamor, de la que conservamos decenas de libretos.
Uno de los primeros regalos que mi padre le hizo a mi madre fue una radio. Me cuenta mi madre que, cuando estaba embarazada de mí, se sentaba en la salita, dejaba una luz indirecta, cerraba los ojos y escuchaba con devoción las piezas que él programaba y los comentarios que hacía con su voz cálida, serena y armoniosa.
Así que, cada mañana del veintidós de diciembre, elijo alguno de sus fragmentos favoritos de ópera y la Rhapsody in Blue, de Gershwin, uno de sus conciertos predilectos para sumergirme en su recuerdo.