Ésta es la escenita por la que llevábamos suspirando (sí, lo confieso, la mitad de mí también suspiraba) cienes y cienes de seguidoras de L desde el final de la 2ª temporada, gracias a la pericia de las guionistas, que fueron alimentando el morbo a base de píldoras convenientemente dosificadas, durante más de una docena de capítulos. Y lo que te rondaré, morena clara, porque esto no acaba aquí, ¿eh?, lo sepáis.
Escenita que, convenientemente aliñada con la iluminación y música adecuadas, va directamente al núcleo duro de nuestras emociones. Emociones que hemos ido construyendo desde la más tierna infancia conducidas, de forma sibilina, por la literatura, el cine, la publicidad, las revistas para adolescentes, las canciones..., y que, en la mayoría de las ocasiones, ni siquiera hemos revisado.
Cienes y cienes de lesbianas de la aldea global, y alguna hetero que otra, nos hemos derretido, emocionado, convulsionado y aplaudido hasta con las orejas al comprobar que sí, ¡leches!, que se quieren, que todavía tienen una oportunidad de volver a reconstruir la ¿ferpecta? pareja que fueron, que el amor verdadero siempre triunfa antes de leer el the end, que por mucho que se empeñen algunas descreídas (fracasadas emocionalmente, sin duda, y solas), la media naranja no es un mito, que, incluso entre las lesbianas, puede darse una relación como ésta: estable, monógama y con proyección de futuro.
¿He dicho pareja ferpecta? Sí, lo he dicho. Rebobinemos. Examinemos el modelín a la luz de la consciencia.
Una, Bette Mariaperfecciones Porter, lleva las riendas de la relación, sostiene la familia con su trabajo, proteje a su señora hasta de sí misma (aunque mirar, lo que se dice mirar, mira muy poquito para ella), la cuida, la mima, le concede todos los caprichos, y hasta la mantiene para que ella, su señora, pueda preparar su cuerpo y su mente para tener descendencia y, así, crear una familia como mandan los cánones. Claro que, llegado el momento y aplastada por el peso de su propia desolación (pierden la criatura que esperaban) y la de la suya, y abrumada por tanta responsabilidad, no le queda por más que echar unos polvos de escándalo con una carpintera cañón que se le pone a tiro.
Otra, Tina Marujaconvencional Kennard, abandona una prometedora carrera como ejecutiva agresiva para dedicar su tiempo y su vida a la concepción de esa criatura que colmará los sueños de ambas. Mientras, que si al gimnasio, que si salir con las amigüitas, que si risas y empujones, que si jugar a las cocinitas (limpiar, limpia la asistenta), que si anteponer sus propias necesidades a las de su señora, pero pasar de ellas en quinta... En fin, lo que se dice el paradigma de la esposa ferpecta.
Pero, claro, de que se da cuenta de que la suya se la está pegando con la carpintera cañón, rompemos la baraja y, a otra cosa, mariposa.
¿Es éste el modelín que queremos? ¿Es esto a lo que, verdaderamente, aspiramos? Y, a mayores, ¿nos creemos que hemos llegado hasta aquí solinas, sin ningún tipo de influencia exterior?