en el pecado te llevas la penitencia, lo sepas.

Teníamos pensado, M, T y yo, ir a ver La clase, que nos la ponían en un cine de un centro comercial de Oviedo, pero como los vientos racheados fueron aumentando su velocidad e intensidad a lo largo de la tarde, nos decidimos por Revolutionary road, por aquello de ahorrarnos un mal trago en el viaje por la Y (griega). Que, ahí, acertamos, porque la tormenta fue de tal calibre -vendaval, granizo, relámpagos y truenos incluidos- que se nos fue la luz en el cine dos veces, dos, justo al final de la peli, momento en el que, de haber ido a Oviedo, nos hubiera tocado volver.

Teníamos pensado, M, T y yo, ir a ver La clase, que nos la ponían en un cine de un centro comercial de Oviedo, pero como los vientos racheados fueron aumentando su velocidad e intensidad a lo largo de la tarde, nos decidimos por Revolutionary road, por aquello de ahorrarnos un mal trago en el viaje por la Y (griega). Que, ahí, acertamos, porque la tormenta fue de tal calibre -vendaval, granizo, relámpagos y truenos incluidos- que se nos fue la luz en el cine dos veces, dos, justo al final de la peli, momento en el que, de haber ido a Oviedo, nos hubiera tocado volver.
Atrapadas en el pecado (vicio), apuramos hasta el último segundo, al objeto de terminar la partida de Scrabble, de tal modo, y manera, que cuando salimos de casa eran las 22:25. M voló por el trozo de autopista que nos separa de nuestro centro comercial local y a las 22:30 en punto, hora del comienzo de la peli, estábamos aparcando. Corrimos hacia las taquillas y mientras yo sacaba las entradas, M y T, se fueron a comprar las palomitas.
El caso es que, en vez de decirle a la muchacha taquillera el título de la peli, le dije que me diera las entradas para la de Leonardo (Di Carpio). A las 22:45, me indicó ella. Menos mal, pensé yo, así no la pillamos empezada.

El caso es que, en vez de decirle a la muchacha taquillera el título de la peli, le dije que me diera las entradas para la de Leonardo (Di Carpio). A las 22:45, me indicó ella. Menos mal, pensé yo, así no la pillamos empezada.

(Como no me remate, cuando la vea, me voy a cagar en todas las muelas de Sam)
Cogí las entradas y me reuní con mis amigas en el mostrador de las palomitas y ya, con toda la tranquilidad del mundo, nos dirigimos a la sala. Consultamos las entradas, para ver la fila y los asientos y esperamos, relajadinas, a que nos permitieran entrar, sorprendidas por la afluencia de público que se amontonaba a la entrada, y el jaez del mismo, casi todo compuesto por parejinas (hetero). Una vez dentro, ya sentadas, y a punto de apagarse las luces, no sé por qué me dio por preguntarme por el título de la peli. Saco las entradas del bolso y, ¡horror de los horrores! compruebo, espeluznada, que la muchacha de la taquilla me ha vendido entradas para ver, no la de Leonardo, no, si no LA DE WILL (Smith). Tal fue nuestro estupor, que por poco nos da un pasmo. Pero como ya eran las 22:45 y nuestra peli, la que queríamos ver, había empezado hacía un cuarto de hora, no nos quedó más remedio que pagar la penitencia por nuestro pecado y tragarnos el palodrama (de palo, o atraco, y drama, o ídem).
Sinopsis. El muchacho, Will, guapo, rico, triunfador (ingeniero por el MSI de Massachuset, por más señas, que, hasta que Obama llegó a la presidencia, era a lo más que podía aspirar un negro afroamericano), a punto de casarse con un bellezón de Ohio (léase Ojayo, ojalá yo fuera así, de mona), tiene un accidente con el coche por culpa de que va hablando por el móvil mientras conduce (pecado).
Bien, pues no sólo se carga a su futura (un alma), si no que se carga a una familia completa (las otras seis almas que completan el título). Para pagar la penitencia decide donar sus órganos (pulmones, corazón, córneas, hígado, médula y riñones) y pertenencias (incluido un casoplón del copón a orillas del Pacífico) a otras tantas personas, al objeto de compensar su crimen. Para conseguir los datos que necesita, suplanta a su hermano, recaudador, y obliga a su mejor amigo (blanco) a secundarle en el planazo.

Cogí las entradas y me reuní con mis amigas en el mostrador de las palomitas y ya, con toda la tranquilidad del mundo, nos dirigimos a la sala. Consultamos las entradas, para ver la fila y los asientos y esperamos, relajadinas, a que nos permitieran entrar, sorprendidas por la afluencia de público que se amontonaba a la entrada, y el jaez del mismo, casi todo compuesto por parejinas (hetero). Una vez dentro, ya sentadas, y a punto de apagarse las luces, no sé por qué me dio por preguntarme por el título de la peli. Saco las entradas del bolso y, ¡horror de los horrores! compruebo, espeluznada, que la muchacha de la taquilla me ha vendido entradas para ver, no la de Leonardo, no, si no LA DE WILL (Smith). Tal fue nuestro estupor, que por poco nos da un pasmo. Pero como ya eran las 22:45 y nuestra peli, la que queríamos ver, había empezado hacía un cuarto de hora, no nos quedó más remedio que pagar la penitencia por nuestro pecado y tragarnos el palodrama (de palo, o atraco, y drama, o ídem).
Sinopsis. El muchacho, Will, guapo, rico, triunfador (ingeniero por el MSI de Massachuset, por más señas, que, hasta que Obama llegó a la presidencia, era a lo más que podía aspirar un negro afroamericano), a punto de casarse con un bellezón de Ohio (léase Ojayo, ojalá yo fuera así, de mona), tiene un accidente con el coche por culpa de que va hablando por el móvil mientras conduce (pecado).
Bien, pues no sólo se carga a su futura (un alma), si no que se carga a una familia completa (las otras seis almas que completan el título). Para pagar la penitencia decide donar sus órganos (pulmones, corazón, córneas, hígado, médula y riñones) y pertenencias (incluido un casoplón del copón a orillas del Pacífico) a otras tantas personas, al objeto de compensar su crimen. Para conseguir los datos que necesita, suplanta a su hermano, recaudador, y obliga a su mejor amigo (blanco) a secundarle en el planazo.

(El Principe, de Bel-Air, con la golondrina y un perro)
Y como, además, tiene que de sufrir, y de sufrir, para expiar como Dios manda su terrible crimen, hasta obliga al médico que le saca un cacho de médula, para donarla a un niñín negro, a hacérselo sin anestesia. Y cuando se suicida, por la picadura del ser más mortífero de la tierra, (que lo había conocido una vez que visitó, con su padre y su hermano, un acuario en Meriland), una Avispa de Mar
que compra al efecto y que guarda en su habitación del motel de quinta en el que se obliga a vivir para estar cerca de la destinataria del corazón, de la que se enamora, y hasta se permite pensar en un futuro feliz con ella, lo pasa de asco, porque la picadura de ese animal es de las que duelen, que más no pueden doler.


(el mortífero, a la par que bellísimo ejemplar)
Resumiendo: una pseudoversión vomitiva, aderezada con lo mejorcito de la moral judeo-cristiana, de El Principe Feliz, del mi Oscar (Wilde).


PD: Última vez que no compruebo las entradas en la mismísima taquilla, ¡maldita sea!
PD2: Y, si después de haberos destripado el palodrama de Timmy (Will) váis, y la véis, en el pecado llevaréis la penitencia. Y no será porque no os lo haya advertido, guapinas.
PD2: Y, si después de haberos destripado el palodrama de Timmy (Will) váis, y la véis, en el pecado llevaréis la penitencia. Y no será porque no os lo haya advertido, guapinas.