domingo, diciembre 13, 2009

La vida significativa de la numerología

Hace unos años, cuando Marcela y yo trabajábamos juntas, nuestra amiga, y compañera, Japi se plantó ante la mesa de Marcela, pegada a la mía, y, sin mediar explicación previa le espetó:
—Este fin de semana me han hablado fatal del 9.
A lo que Marcela respondió:
—Desde luego, la gente ya no sabe de qué hablar. Cualquier día ponen verde al rojo.
Las carcajadas fueron de tal calibre que hasta tuvo que subir el jefe a ver qué nos pasaba porque se nos oía reírnos desde la calle.
Después de pasarme cinco días, cinco, concentrada, junto con otras sesenta y cuatro personas, más cinco profesionales, en un albergue, a la sombra del Montseny, iniciándome en el conocimiento de esta poderosa herramienta de autoconocimiento y buceando en mis interioridades más profundas, puedo afirmar con rotundidad que NO SOY UN NUEVE.
En realidad, a qué negarlo, ya sabía que no era un nueve. Coqueteé con el Eneagrama hace diez años en un intento por comprender las motivaciones que me abocaban a relaciones sentimentales desastrosas, por no decir catastróficas (como las desdichas de Lemony Snicket), y he de reconocer que si bien no me ayudó lo más mínimo a evitarlas, sí que me proporcionó unas cuantas pistas sobre mí misma, y mi forma de relacionarme. Pistas que, llegado el momento, me decidieron a evitar la tentación, y con ella el peligro, de seguir embarcándome en relaciones desdichadas (como las catástrofes de Lemony) y me retiré del mundanal, harta de tropezarme con mujeres más adictas que yo.
Números aparte, éste ha sido el mejor Puente de la Constitución de mi vida, desde que existe la Constitución. Y no sé por qué me late que, aparte de todo lo que me he traído, que ha sido mucho; de todas las personas que conocí, cuyo recuerdo me conmueve y me hace sonreír, de la paz interior que siento. Aparte de todo lo que no tengo palabras para expresar, me late que esta vez las pistas me van a conducir al lugar adecuado.
 
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