sábado, mayo 10, 2008

La vida subjetiva de los fotogramas


Al principio de la película, David Kepesh, profesor de crítica literaria, le dice a su alumnado algo así:
-Cuando vuelvan a leer Guerra y Paz dentro de diez años, leerán otro libro, porque ustedes habrán cambiado.
Podía haber añadido, para completar la teoría, que cada libro tiene tantas lecturas como personas que lo lean.
Ocurre lo mismo con la pintura, la escultura, la arquitectura, la música..., el cine.
Así que hoy no voy a decir demasiado sobre esta película. Lo más seguro es que mi interpretación no coincida con la vuestra, como no coincidió con la de M. y T.
Salí del cine rebotada, pero no supe el porqué hasta que M. me dio la clave.
-¿Qué es lo que no te ha llegado? -me espetó- ¿La soledad?
Podía haber sido, pero no, no fue la soledad lo que impactó directamente en mi línea de flotación y me hizo revolverme en el asiento durante toda la película, sino algo que me ha lastrado desde que me alcanza la memoria.
___________
George. Las mujeres bellas son invisibles.
David. ¿Cómo van a ser invisibles, si todo el mundo las mira?
George. Las miran, pero no las ven. Sólo se fijan en el envoltorio.
[...]
George. ¿Conseguiste verla?
David. Sí, pero no supe interpretar lo que veía.

jueves, mayo 08, 2008

La vida mágica de los momentos













Amasar el barro, colocarlo sobre el torno, mojar las manos, centrar la pella, abrirla, sonreír, no pensar, sentir, dejarse llevar, sentir el barro entre los dedos, empezar a subir, fluir, dejar que el corazón elija la forma, adelgazar las paredes, visualizar, pasar la riñorera, alisar el borde, pulir la pieza con la esponja, sonreír.
Hace ocho años que no me sentaba al torno. No he sabido realmente cuánto lo echaba de menos hasta esta tarde.

martes, mayo 06, 2008

La vida clarificadora de las palabras

(Post dedicado, y por este orden, a: Ms Cañondelcolorado Baggesen, Errante, Ohnenick y Blasfuemia) Aclaremos unas cosillas.
De acuerdo, tengo que lo reconocer: muero por la mi Bette, me pirrio por sus huesos, sueño con esa sonrisa, esas manos, ese cuerpazo, y, declaro, no me importaría nada de nada ocupar el lugar de Tina, sobre todo en ciertos momentos, por ejemplo, éste:





Vale, sí, tengo que lo reconocer, soy pija, lo he sido siempre y no voy a cambiar ahora. Me gusta vivir bien, dentro de mis posibilidades y de que, aparte de pija soy bastante austera. Prefiero un cuatro estrellas (o un cinco, si se tercia) a uno inferior; un buen vino, aunque sea para mezclarlo con gaseosa; el taxi al autobús; Armani a Hermés, Adolfo Domínguez a Carolina Herrera; un original (aunque sea de artista sin nombre reconocido) a una lámina, etcétera.
Como soy pija, qué le vamos a hacer, cuando me atrae una mujer, me fijo en ciertos detallucos significativos para mí, por ejemplo, los zapatos. Me fijo mucho en los zapatos (sí, yo también, Ms Baggesen, hija mía), sobre los que tengo una teoría que, hasta el momento, no me ha fallado.
Ahora bien, que me chale la mi Bette (que no Jenni Ferbeals, que diría Ratapelá), no significa que no matara a su estilista si me la, o lo, echara a la cara. Desde aquí lo digo, ME ESPANTA el estilín de la mi Bette, si exceptuamos los momentos en los que está en su casa, con la cara lavada y recienpeiná, bien con el hato negro, bien con el hato blanco, bien con la camisetuca de tirantín y el pareo, que me pone a mil.
Entonces, que no me gustan, nada de nada, las mujeres emperifolladas ni pintadas, ni llenas de abalorios. Que los collares de perlas y los pendientes de brillantes, para mi señora madre. Que una pulsera de cuero, mil veces antes que un brazalete de oro. Que el reloj TagHeuer que le regala Jodie a la mi Bette, no me lo pongo ni hat¡rta de grifa. Que donde estén los vaqueros las camisas blancas, o las camisetas, que se quiten las mangas de farolillo. Que los tacones, me dan repelús. Que las boquitas pintadas, ni en pintura. Que las uñas largas y, a mayores, lacadas en rojo pasión, me dan un estrizo, o perceguera, que más no me pueden dar.
Pues eso.
 
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