jueves, enero 26, 2006

El despertador me ha confirmado, un día más, que sigo viva -excelente noticia, a fe mía, para empezar el día-, y que me toca levantarme a estas horas, a las que no me levantaría de forma voluntaria sino fuera porque tengo un trabajo que he elegido y que, a mayores, me gusta, por el que me pagan la suficiente cantidad de euros para vivir cómodamente, sin estrecheces.
Como cada mañana, antes de que me haya dado tiempo a abrir un ojo, mis dos peludos, alertados por la voz de Carlos Francino, han esperado a que decida levantarme para regalarme su incondicional ración de amor perruno. Una buena ración de amor siempre ayuda a levantarse de la cama con el ánimo en alza.
Me he asomado a la ventana, es lo primero que hago cada día. El termómetro de exterior marca un grado, pero mi casa tiene la suficiente temperatura como para permitirme andar por ella con una camiseta de algodón.
Preparé la cafetera, tosté el pan, calenté la leche, puse la mesa, encendí la tele y me senté a desayunar (después de haber realizado mis abluciones mañaneras, al objeto de poder abrir los dos ojos con soltura), disfrutando de mi comida favorita del día.
Hacía sol, un frío que pelaba, pero hacía sol. Fantástico, mis peludos no tendrían que ponerse como pollos ¡Ole! Compré el periódico de la que iba hacia el parque y leí la columna de Maruja Torres, los titulares de portada, el chiste de Forges, los editoriales y un artículo, por ese orden. El de Javier Cercas me ha dado en todo el ojo.
Después del paseo, cogí mi coche para ir al trabajo No tuve que esperar el bus, ni atravesar, de punta a punta, caminando, la pequeña ciudad en la que vivo, ni meterme en un metro... Fui en mi coche, y en ocho minutos -hoy he tenido tanta suerte que he pillado casi todos los semáforos en verde, sino hubiera tardado diez-, estaba saludando a quienes habían llegado primero que yo.
Mi único problema, tanto a la entrada como a la salida, suele ser mi jefe me pille por banda y tengamos que charlar un ratín, comentar las vicisitudes del día anterior. Hoy me ha pillado y he tenido que echarle la bronca porque llegó con un careto mortal, por mi culpa (por mi grandísima culpa). Ayer, cuando me consultó un tema que llevamos (casi) a medias, no estuve de acuerdo con él y no le quedó más remedio, al hombre, que currárselo hasta las tres de la mañana para que no se lo critique cuando lo tratemos, en firme, el lunes.
Ya en mi mesa, encendí el ordenador, puse en el lector unos Conciertos para piano y orquesta, de Mozart (mis dos compas de despacho me dejan, si suena bajito) y me dispuse a empezar la jornada laboral, en el ambiente relajado y tranquilo de cada mañana, en el que nadie me apura para nada, en el que siempre hay un momento para hacer unas risas, o tomar un café; en el que sé que van a apoyar mis iniciativas, en el que estoy segura de que me van a echar una mano, o las dos, si lo preciso.
No necesito hacer un listado de lo que no tengo, ni un inventario de lo que me falta. No tengo que mirar a mi alrededor para ser consciente de lo afortunada que soy.

4 comentarios:

Mármara dijo...

¿Ves, Roma? La boca, lo más castigado. Voy y te digo que no me gusta ni leer ni colgar testamentos en los blogs, y mira... ¡viva la coherencia!

Marcela dijo...

Mármara, me gusta mucho el texto y, sobre todo, me alegra que tengas un lugar de trabajo agradable en el que de vez en cuando se escuche una risa. Qué importante eso de reirse en la vida y en el trabajo ya es el colmo.

Roma dijo...

Jajaja, sí que lo he pensado, sí, vaya que sí. Justo ayer me arremetes con una sentencia afiladilla, fía, y sin perder tiempo te me metes cinco goles mientras yo me confiaba. Bien, bien... Son simples cosas que pasan cuando se tiene boca.
Besines

Mármara dijo...

Decís bien ambas. Lo de reírse en el trabajo es... bueno, inenarrable. Y lo de que la boca es lo más castigado..., pues eso. Si es que, al ser humana se equivoca una mucho, pero, vamos, sin mala intención, ¿eh?

 
Free counter and web stats