domingo, diciembre 18, 2005

La vida idealizada de las palabras (II)


(Tiza en una de sus posturas favoritas)

Excepto cuando era pequeña, Tiza, ha sido una perra muy tranquila, muy cariñosa y hasta un poquito mística. Siempre atenta a cualquiera de mis movimientos, procura estar todo lo cerca de mí que puede. Cuando como, se tumba a mis pies; si me meto en la bañera, se instala en la alfombrilla del baño hasta que salgo; compartimos sofá a la hora de la siesta y, por supuesto, duerme en mi cama, sobre una mantita que le pongo a los pies. Ahora, mientras escribo, está echada bajo la mesa del ordenador con la cabeza apoyada sobre mi pie derecho.
Contado así parece idílico. Y lo es. El único problema es que, por las noches, de la que se sube a la cama, se hace un ovillo en su manta, pero a medida que transcurren las horas, aprovechando que duermo como una marmota, va ganando terreno hasta solocarse en su postura favorita, es decir, estirada cuan larga es (tal y como se aprecia en la foto), y, claro, cuando quiero darme cuenta, la que pasa la noche hecha un ovillo, soy yo.

4 comentarios:

Roma dijo...

Qué envidia que me da Tiza! qué cómoda se la ve, a sus anchas y largas, jaja

Mármara dijo...

Para que luego digan que estos animalinos no son de casa, y todo ese largo etcétera que argumentan quienes no tienen ni idea de las delicias perrunas.

yo, la peor de todas dijo...

qué bonita, qué pinta de trasto

Mármara dijo...

Sí que es trasto, sí, dentro de su misticismo, lo es. Y luego, que Bilbo le ha dado una vidilla que pa qué las prisas.

 
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